Son las seis de la tarde, entro sigilosamente al departamento con las compras habituales de la semana y lo veo a él cocinando la cena para nuestros hijos. “Qué buen padre es”, no puedo evitar pensarlo. Admiro su entrega hacia ellos; podría estar acostado en la cama o perdido en su celular, pero en vez de eso está ahí, repartiendo amor, escuchando con suma atención...