Chris Ferrer era un gran fan de los Guns N’ Roses. Desde pequeño su madre le había inculcado el amor por los melenudos forajidos. Así que para él fue todo un sueño hecho realidad ver aparecer a Mady, su ex novia, con dos pases VIP para el concierto de Slash and The Conspirators de esa semana.
Luego de la tocada entraron al backstage, y a pesar de que los organizadores fueron muy estrictos con las normas: nada de deambular por el lugar sin supervisión; él necesitaba vivir la experiencia por sí mismo. Anduvo un rato hasta dar con lo que, inconscientemente, había estado buscando: el camerino de su guitarrista favorito. En el interior, encima de una mesa y como esperándolo, estaba la chistera más conocida del Rock n Roll. El resto, completamente vacío.
—¡Oh mi dios! ¡Oh mi dios! —repetía eufórico mientras sostenía el sombrero y daba pequeñas miradas a su alrededor para asegurarse de continuar solo.
Nada más deseaba sujetarlo un rato. Quizás probárselo y hacer un par de selfies, pero la voz en su interior le repetía una y otra vez: «Llévalo contigo Chris, no tendrás otra oportunidad».
Cuanto más lo contemplaba, más tensos se ponían sus músculos, hasta que, en un arranque de locura, salió sin mirar atrás, como alma que lleva el diablo. Solo cuando estuvo en la calle notó que aún tenía entre sus manos sudorosas el sombrero de Slash.
—Mady, necesito que vengas a mi casa ahora mismo —la voz de Chris sonaba alterada, casi enloquecida, incluso él podía notarlo.
La había llamado un rato después de llegar a casa y conseguir calmarse. Media hora más tarde, la chica estaba sentada en la habitación, con los ojos agrandados por la sorpresa, contemplando el tesoro que su ex novio extrajera con extremo cuidado del armario.
—¿Eso es…? ¿Estás loco Christopher?
El joven sonrió complacido antes de afirmar.
—Es la chistera del mismísimo Saul Hudson. No una copia ni una reproducción, sino el original.
—Tienes que devolverlo. ¡Ahora!
Chris la contempló como si la viera por primera vez y arrugó el ceño.
—¿Estás loca, Mady? Tengo algo que siempre he deseado y, además, me queda perfecto —se lo puso, pero el sombrero se ladeó a la izquierda y estuvo a punto de caer. Era como si supiera que estaba en la cabeza equivocada.
—Te sienta fatal y además te traerá mala suerte. Solo su dueño puede usarlo —comentó Mady antes de salir del cuarto.
Sin saberlo, sus palabras llamaron al desastre.
Unos días después, cosas extrañas comenzaron a ocurrirle: seis autos estuvieron a punto de atropellarle en una sola mañana. De camino a su librería favorita, un piano se desprendió de las sogas con que lo arriaban hasta una ventana y estuvo a punto de caerle en la cabeza. A pesar de que Chris era buen cocinero para su edad, en esta ocasión todas las comidas acababan carbonizadas en la sartén. Incluso los chicos rudos de la escuela, que hacía meses no le prestaban atención, habían vuelto a perseguirle. Y siempre, en cada tragedia, casi observándole, estaba el maldito sombrero de copa.
Tenía pesadillas donde podía verlo reptando por la habitación, con ojos rojos y dientes enormes. Como un monstruo buscando la forma de volver con su amo.
—Ayúdame Mady. Si no lo devuelvo acabaré en un manicomio —la chica había acudido a la llamada desesperada de su amigo, para quedar sorprendida con la expresión semi-histérica que percibía en su mirada.
—Conseguiré boletos para su próximo concierto en la ciudad. Hasta entonces, esconde esa cosa en un baúl y asegúrate de que… Bueno, de que no escape —le aconsejó.
Un mes más tarde, Chris, atormentado por lo que creía era solo culpa, volvía al backstage para encarar la cólera del ex Guns y su posible castigo.
—Señor Hudson —murmuró el muchacho.
Slash se dio vuelta con expresión de asombro, pero siempre sonriente. Las gafas oscuras y el cabello impedían ver su rostro, por lo que al joven su estrella le pareció más amenazador que nunca.
—He venido a devolverle esto, señor —dijo mientras le tendía la bolsa con el sombrero dentro.
La mole que era su guardaespaldas avanzó dos pasos, pero el guitarrista lo detuvo con un gesto negativo.
—¿Así que tú tenías a mi viejo amigo, eh chico? —interrogó mientras sostenía la galera ante sí con ambas manos.
—Lo siento mucho, señor. No debí tomarlo —Chris parecía al borde de las lágrimas.
Su ídolo lo contempló sonriente. Le puso una mano en el hombro para animarle y acto seguido acarició la copa de la chistera antes de comentar.
—Seguramente te dio problemas ¿eh? No le gusta irse con extraños, no es la primera vez que sucede. ¿Cierto, compañero?
Ante la mirada sorprendida del chico, en el centro del sombrero apareció un pequeño ojo de iris amarillo. Parpadeó varias veces como si asintiera y volvió a cerrarse.
La mandíbula de Christopher se descolgó igual que una vieja bisagra oxidada. No podía quitar la vista de aquella cosa que ahora tendía unas esqueléticas manitas y se aferraba al cabello del guitarrista para no caer… ¡Entonces era así como desafiaba la gravedad!
—De acuerdo, Chris, este asunto está olvidado —Slash se quitó las gafas y le guiñó un ojo mientras sonreía, cómplice— El resto será nuestro secreto, campeón.
Luego dio media vuelta y se alejó por el pasillo, con el sombrero de copa firmemente ajustado sobre su cabeza.
Una de tantas historias incompletas sobre música.
Autor: Helly Raven Hudson