A través de un gran ventanal, Ana veía el maravilloso jardín repleto de flores de distintos colores y una enorme pileta central que atraía una gran cantidad de pajaritos. En el filo de la pileta se encontraba sentada una chica, aparentemente de unos 17 años. Después de cinco minutos vio acercarse a ella el que parecía ser su enamorado. Llevaba un hermoso ramo de rosas y sorprendió a la chica con aquel detalle. Acto seguido los dos estaban abrazándose y besándose. <<Este lugar sí que es romántico>> (pensó Ana). De repente alguien tocó su hombro por detrás y la sacó de la admiración de aquel momento.
-¡Carlos… qué manera tan peculiar que tienes de acercarte silenciosamente sin que te noten! (exclamó Ana admirada)
-Lo siento, ¿te asusté?
– No, solo me sorprendiste… ¡mira amor, un colibrí!… quién diría que de todas las personas que están viendo a través de este gran ventanal, el colibrí eligió escogernos a nosotros.
– ¿Escogernos?, ¿a qué te refieres?
– Pues… esta ventana mide aproximadamente 20 metros de largo y el colibrí está volando justo frente a nosotros. ¿Sabías que el corazón del colibrí bombea sangre a más de 1200 latidos por minuto?
– ¡Sin duda el mío está a punto de bombear más que eso! (añadió Carlos nervioso)
– ¿A qué te refieres? (preguntó Ana sonriendo.)
Carlos se puso de rodillas, sacó un anillo y le preguntó a Ana <<¿quieres casarte conmigo?>>
Con los ojos llorosos y una leve sonrisa Ana le dijo: << Me temo que te quieras casar conmigo por las razones equivocadas.>>
-Ana, me quiero casar contigo por la única razón que existe, te amo y quiero hacer de ti, la mujer más feliz por el resto de tu vida.
– ¿estás seguro?
-¡Nunca he estado más seguro en la vida!… entonces, ¿cuál es tu respuesta?
-Siempre sí, mi amor.
-¡vámonos de aquí, tenemos que celebrar¡. (Respondió Carlos lleno de emoción)
Han pasado cinco años exactos desde aquella propuesta. Ahora es Carlos el que mira a través de ese gran ventanal. Piensa en todos los momentos buenos y malos vividos con su esposa, pero hay uno en particular que se le viene a la mente; como en una película, puede ver cada detalle con exactitud. Recuerda haber regresado un jueves del trabajo muy cansado, apenas terminó de conversar con Ana sobre su día extenuante y de que no se sentía apreciado en su trabajo a pesar de sus constantes esfuerzos, Ana se levantó del sillón donde estaban hablando y guardó rápidamente en una maleta ropa de ella y de Carlos.
-Alístate, nos vamos a la playa (dijo Ana) y lo convenció en cuestión de minutos de subirse al carro. En apenas tres horas, con ella manejando como si hubiera sido poseída por el mismo Schumacher, llegaron a su destino.
-Estás loca esposa mía, (dijo Carlos, dándole un beso a Ana mientras se bajaban del carro)
-Estoy loca por ti… si no te sientes recompensado en tu trabajo y no puedes renunciar por pagar las cuentas, yo estaré aquí para recompensarte hasta que logres encontrar lo que te mereces.
Esa noche decidieron ir a caminar por la playa. Ana dejó su celular y billetera en el hotel y le sugirió a Carlos que hiciera lo mismo en caso de que alguien los asaltara, pero Carlos guardó su celular en el bolsillo temiendo que lo llamaran del trabajo a pesar de haber avisado que estaba enfermo y faltaría ese día.
Ya en la playa, pasó lo que Ana de alguna manera predijo… dos hombres flacos, no muy altos con cuchillos en sus manos, lograron quitar a Carlos su celular. Carlos esperaba que su esposa lo regañara, pero se quedó atónito al ver que ella empezó a reírse a carcajadas segundos después de pasar el susto.
-¿No estás enojada? (preguntó Carlos con recelo)
– No amor, por cada cosa mala, siempre habrá algo bueno esperándonos. La vida siempre será equilibrada. ¡Vamos, desvístete, metámonos al mar! … después de esto te aseguro que nadie va a robar nuestras ropas.
Eran ellos dos solos, desnudos en el mar, como si el resto del mundo hubiera desaparecido. Los dos abrazados, envueltos en su desnudez húmeda, no pudieron evitar dejarse llevar por el desenfreno y la adrenalina del momento e hicieron el amor. Cada ola que rozaba sus cuerpos incrementaba más la excitación. Mientras Ana tenía uno de los mejores orgasmos de su vida, Carlos no dejaba de verla… su piel clara, sus labios carmesí y su cabello largo negro que cubría tan solo la parte de arriba de sus senos, hacían que la escena fuera perfecta. El sentía que su esposa era la mujer más bella que había visto. La cara de placer de Ana lo llevó al climax absoluto y sincronizándose en tiempo con ella tuvieron un orgasmo simultáneo que hizo que el mismo Poseidón (Dios del océano) escuchara sus gemidos.
Recostados en la arena ya vestidos y agarrándose la mano, veían hacia las estrellas sin decir una sola palabra, como si a través del silencio se dijeran todo lo que necesitaban. Ana interrumpió el silencio y con su voz dulce y delicada susurró: “Cuando te sientas triste, mira a tu alrededor y trata de encontrar la belleza en las cosas más simples”. Carlos regresó a ver a su esposa, la besó y le dijo cuanto la amaba.
Una mano en su hombro lo trajo de vuelta de aquel recuerdo.
-Carlos, ¡lo siento mucho, la perdimos¡… ¡hicimos todo lo posible pero su corazón estaba muy débil, no pudo resistir más¡
-Gracias Doctor, entiendo.
En cuanto el doctor se retiró tras ser el anunciante de tan trágica noticia, Carlos sentía que su vida se desmoronaba… apenas pudo sostener su cuerpo sobre ese gran ventanal del hospital y al subir la mirada vio a un colibrí volando frente a él. Las lágrimas se le escaparon y con dificultad para hablar, susurró: “lograré ver tu belleza en las cosas mas simples de la vida amor mío… Siempre te amaré, Ana”.
Una de tantas historias incompletas sobre amor y desamor.
Autor: Cristina Alcázar