Migrante. Dícese de aquel que migra. Y migrar es trasladarse del lugar en el que se habita a otro diferente. Todo esto según los diccionarios. Y sí, hay muchos tipos de inmigrantes y de razones para migrar. Migraciones internas dentro de un país, y las más duras, las exteriores, las que te enfrentan a una nueva realidad, una nueva cultura, tal vez, incluso, a un nuevo idioma, a incertidumbre legal, a persecución policial. También te puedes sentir migrante, aunque no lo seas, cuando parte de la sociedad que acogió a tus padres te llama latin, aunque hayas nacido y crecido en Estados Unidos.
Muchos de nosotros sabemos de frio, de desierto, de frontera, de coyotes y de patrullas. A muchos las políticas nos frenaban el paso, nos condenaban a trabajos duros, mal pagados, a escondidas, pero algunas también nos han dejado estudiar, optar a becas, a una carrera universitaria, nos han permitido aportar valor al país al que vinimos.
Hoy me nombran vicecónsul de New Jersey. Soy un joven afortunado. Estoy nervioso, siento que una etapa de mi vida concluye y se abre otra fascinante por delante. ¿Seré capaz? Cuando la finalice, ¿podré sentirme igual de orgulloso que hoy?
Si cierro un poco los ojos puedo recordar con claridad escenas de los momentos más duros, de las miradas frías, retadoras, las que me juzgaban sin darme oportunidad alguna, las que me condenaban por mi aspecto. Pero también recuerdo las cálidas, atentas, reparadoras, las que tenían propiedades de caricia. Las de gente buena que me tendió la mano y me impulsó a llegar hasta aquí.
Que alguien se siente contigo a llenar una solicitud que no entiendes, es política migratoria, un abogado de una ONG acudiendo a una comisaría por un menor detenido, también es política migratoria. Ayudar a jóvenes como yo a que empiecen programas universitarios, desde luego lo es. Mi mente está en ebullición.
Bueno. Esto empieza. Suena el himno. La sala está llena. Está mi bandera. Parece brillar. El ambiente es solemne. Hay una mesa antigua y fuerte como la democracia de este país. He de firmar unos documentos oficiales y ya está. Aprieto un bolígrafo y lo hago recorrer la parte inferior de la página, subiendo y bajando con fluidez. Lo he conseguido. No hay vuelta atrás. Ya nada volverá a ser igual.
Eso viví y sentí cuando acepté ser vicecónsul.
Una de tantas historias incompletas sobre política.
Autor: Bladimir Quito