La Navidad de 2006 fue triste. Aunque ese año estuvo lleno de fiestas, rumba y amigos, no hubo nada que llenara mi vida por completo. Mis padres estaban lejos, en otro país, mi hija pasaba la Navidad con su mamá y yo… yo pasaba la Navidad en cama, viendo películas para poder dormir. La soledad y la noche te hacen imaginar un futuro gris y triste. Ojalá Santa Claus, el niño Jesús o quién me escuchara en esas horas me hubiera podido traer lo que me hacía falta. Nunca imaginé que mi futuro fuera a cambiar tan pronto.
Pasó una semana y llegó la hora de celebrar. Esa noche salimos de fiestas de Año Nuevo con muchos de mis amigos a una discoteca latina. Había música en vivo, buenos tragos, baile y mi mejor amiga. Esa misma noche, otra chica se había pasado de tragos y estaba buscando, ¿cómo decirlo con cautela? una compañía temporal para pasar la madrugada. Un grupo grande de amigos fuimos a dar a un restaurante de comida casual, después de la pachanga. Esta muchacha, que buscaba amor fugaz, por alguna razón que hasta la fecha no puedo descifrar, se fijó en mi. Quién hubiera pensado que esa salida marcaría mi vida para siempre, porque esa noche encontré a mi esposa.
Ella me preguntó si después de la comida me podía acompañar al carro. Lamentablemente yo no estaba interesado y le supliqué a mi mejor amiga que no me dejara solo. Primero llegamos al auto de mi amiga y nos quedamos conversando como por una media hora, hasta estar seguros que no había «peligro».
Cuando llegué a mi casa, puse una película ‘Little miss sunshine’ para poder dormir. ¡PIN! Sonó mi teléfono. Era un mensaje de texto de mi futura esposa. Me preguntaba si había llegado bien a casa. Yo le dije que sí.
Una de tantas historias sobre Navidad.
Autor: David Carrillo.