– Hola, hijo…
– Hola, papi…
– Feliz día, pequeño…
– ¿Papi, hoy es Navidad?
– No hijo, no es Navidad… pero faltan muy pocos días.
– Entonces, ¿por qué me dices feliz día?
– ¿Por qué no te lo diría? cualquier mañana que veo tus enormes ojos azules mirándome cuando me acerco a tu cama, antes de irme a trabajar, me hacen feliz. O cuando escucho tu voz diciéndome “papi”… es como una taza de café que me llena de energía.
– ¿Cómo la “tazota” del tío José?
– Ja ja ja, ¡sí! Como la “tazota” del tío José.
– Te quiero mucho Papi, ¿me das un abrazo de los ricos?
– ¡Claro! ¿Quién se va a negar a uno?… además, nadie da mejores abrazos que papá.
– Papi, ¿otra vez estás triste?
– Si amor, es imposible no acordarme del abuelo cuando te veo, y, ahora que se acerca la Navidad, siento que me hace más falta. Tus ojos son calcados, tienes su mismo nombre y justo un 25 de diciembre fue que nos esteramos que vendrías al mundo, y sabes… al primero que llamamos con tu mamá fue al abuelo. La noticia fue un shock para él, pues creo que tenía asumido que mami y papi pasarían mucho tiempo solos.
– ¿Qué te dijo? ¿Estaba feliz?
– Creo que fue una de las navidades más felices que tuvo el abuelo. Recuerdo la llamada del 25 de diciembre, mientras el sol entraba por la ventana, un calor maravilloso circulaba por todo el departamento y se podía contemplar un precioso cielo azul en toda la ciudad. La verdad hijo, esa llamada parecía digna de una película perfecta.
– Entonces, ¿por qué estás triste papá? Siempre que hablas del abuelo es sobre algo bonito o divertido.
– Porque no nos gusta perder las cosas que queremos, amor. Pero mira, tienes razón en tu pregunta. Todos tenemos algo bueno que recordar del abuelo y no recordamos nada malo de él, así que tenemos mucho más por lo que estar agradecidos que por lo que estar tristes… pero sí necesito decirte algo.
– ¿Qué papá?
– Mira, nunca dejes parqueados tus sentimientos. Si tienes ganas de dar un abrazo a alguien, dáselo… pero dáselo con fuerza. Si algún día te enamoras, olvídate de los planes, tan solo haz que cada día sea una aventura y no dejes de lado ni la menor oportunidad de enamorar a la otra persona. Nunca te guardes un “te quiero”, nunca dejes de decir “lo siento” cuando hagas algo malo. Gordo… vive cada día como si fuera una Navidad… despierta con una sonrisa y el corazón acelerado, desayuna con los que más quieres y cuéntales la emoción que sientes, aprovecha el almuerzo para planificar la cena perfecta y cómo vas a entregar el regalo a la persona que te tocó en el amigo secreto. Vive la emoción de vestirte y arreglarte para verte lo más guapo posible, para sentirte bien contigo mismo. Come esa cena sin culpa, disfrutando de cada bocado de la ensalada con almendras, del cerdito con naranja, del pavo relleno y del cochinillo al horno, y, sin duda, de las infaltables natillas de la abuela. Celebra “la previa” del regalo que vas a dar y alégrate de lo recibido, aunque no tenga valor, porque sabes que la persona que te lo dio hizo un gran esfuerzo. Gordo… tan solo sé feliz todos los días, como si fuesen Navidad o como si fueran un recuero del abuelo. ¡Feliz día hijo! Me voy a trabajar.
– Feliz día papi.
Una de tantas historias incompletas sobre Navidad.
One Comment
Excelente Miguel. Viertes en esta historia todos esos profundos sentimientos y tú inmenso cariño por tu querido padre, que en paz descanse, a la vez que buelcas tu inconmensurable amor sobre tus adorados retoños. Felicidades tocayo, y desde ya, que tengan una excelente Navidad.