Era el verano de 1985 y, como en los últimos cinco años, tenía lugar mi campamento de verano, en esta edición con la mente puesta en ganar la competencia anual como sea.
El campamento de ese año se realizó en una zona húmeda del Ecuador llamada San Miguel de los Bancos, donde existe una vegetación extraordinaria, con un color verde que pocas veces se puede ver en el mundo y que es digna de un programa de National Geographic. En esta zona del país, cuando sale el sol sientes que te quemas, pero cuando llueve, realmente sientes que te ahogas, porque la humedad que se genera y la cantidad de agua que cae por metro cuadrado, es, simplemente, impresionante.
El primer jueves de cada campamento, los líderes de equipo, entre los que me incluía, organizábamos un paseo en el que debíamos llevar a todos los chicos para que compartan experiencias y se establezcan relaciones, dejando por un momento de lado la competitividad.
Después de varias discusiones, definimos que el paseo ideal sería una caminata desde la casa vetusta en la que nos quedábamos, hasta Río Blanco. De acuerdo a nuestros cálculos, el río no estaba muy alejado en kilómetros y teníamos una cierta idea de cómo llegar usando cinco brújulas, que fueron asignadas a varios monitores, y cuatro mapas que tenían la cartografía de la zona. Esto es lo que llamaríamos hoy, nuestro propio Google Maps.
El paseo estaba planificado, pero para asegurarnos de que todos fuésemos y regresásemos completos, pusimos a los muchachos en fila india y cada cierto tiempo les pedíamos que se enumeraran. En total éramos 82 chicos, incluyendo monitores y un sacerdote. Ese número se debía a repetir con cierta frecuencia para asegurar que estábamos completos y juntos.
Todo comenzó muy bien, pero a partir de la tercera hora, una cadena de eventos desafortunados empezaron a complicar un paseo que poco a poco se convirtió en una pesadilla.
Una tormenta muy fuerte, casi virulenta, empezó a caer. Caminábamos por una pendiente empinada que se convirtió en un auténtico tobogán por el que rodaron varios chicos y monitores, hasta que de pronto, yo también caí varios metros. No recuerdo cuántos fueron, pero si cómo intenté agarrarme de varios arbustos, hasta que de pronto sentí el golpe contra algo que me detuvo.
Como es habitual en estos casos, empecé a revisarme todas las partes de mi cuerpo… me toqué la cara, los brazos, las piernas y después de un inventario completo, me di cuenta que estaba en perfecto estado, salvo mis manos, que tenían bastantes cortes producidos al intentar agarrarme de los arbustos mientras caía. El sangrado no era constante, pero sí doloroso.
Entre los monitores logramos ponernos de acuerdo sobre cómo bajar de esa ladera de la forma menos mala posible. Amarramos una cuerda a un inmenso árbol que salía de forma diagonal de la montaña, he hicimos varios nudos a lo largo de la misma, lo que nos permitió llegar al borde del río en una especie de escalera. En ese momento, la figura de “líder” me quedaba grande, al igual que a los otros monitores, porque realmente no existía uno, éramos muchos muchachos gritando y un sacerdote que con lo único que aportaba era con sus rezos presos del miedo, pese a su edad.
Parecía increíble que la tarde se hubiese esfumado, ya eran las 7:00 de la noche y casi no veíamos nada. Teníamos la seguridad de que las personas que habían organizado el campamento ya debían estar coordinando un grupo de búsqueda o habían ido al pueblo a buscar ayuda. Por lo tanto, nuestra responsabilidad residía en mantener a todos los muchachos contentos de alguna u otra forma y evitar sobre todo que no tuviesen frío, ya que el estar empapado mientras cae la noche hace que la sensación térmica baje de forma drástica… pero primero, debíamos cumplir la regla número uno, todos debían enumerarse.
Era la primera vez en mi vida que había sentido tanto miedo, cuando empezamos a contar nos dimos cuenta que nos faltaban cuatro chicos, en esos cuatro chicos estaban los dos más pequeños, uno de ocho y otro de nueve años.
Nuevamente el liderazgo desapareció por completo en todos los monitores del campamento, empezamos a recriminarnos de forma absurda y grosera acerca de quién era el responsable de esos muchachos. Al final, todos éramos responsables, no solamente uno.
Mientras discutíamos, la oscuridad se hizo presente, no se veía absolutamente nada a dos metros a la redonda, pero sí nos dábamos cuenta de que el cauce del río estaba subiendo de forma muy rápida. En breve, donde nos encontrábamos no habría más espacio si el caudal del agua seguía subiendo a ese ritmo.
De pronto, en el otro lado de la montaña empezamos a divisar una gran cantidad de luces, como una especie de luciérnagas que se movían alrededor de toda la montaña. Una importante cuadrilla de personas de San Miguel de los Bancos había decidido organizarse para salir a buscarnos y siendo tan conocedores de la zona, en pocas horas habían dado con nosotros, pese a no tener ningún sistema de comunicación o medio que pudiese hacernos visibles.
Una vez que la cuadrilla llegó y logró organizarnos, nos guió a través de un sendero que nos llevó directamente al centro del pueblo. Después de varias horas de caminata y un terrible cansancio, nos sentaron a los monitores en la oficina del alcalde de la localidad, y lo primero que le dijimos fue: “Nos faltan cuatro chicos”, con voces asustadas presas del miedo. Pero de pronto, el alcalde nos dijo la mejor frase que podíamos escuchar: “muchachos, no se preocupen, esos chicos decidieron retirarse y regresar a su casa cuando se dieron cuenta que la lluvia era muy intensa y la montaña muy empinada; de hecho, gracias a ellos se nos hizo relativamente fácil saber dónde podían estar”.
Una de tantas historias incompletas sobre infancia. Historia 2/12.
Autor: Miguel Viniegra
3 Comments
Estupenda historia, gran relato muy emotivo. Felicitaciones a Miguel.
Increíble! Esos muchachos los más pequeños del grupo analizaron la situación mejor que los monitores que sin darse cuenta parece que seguían solo un objetivo … demostrar quien era el mejor… creo que es una gran lección de vida, un final feliz gracias a Dios…. felicitaciones Miguel, de verdad cautivante narración, transmite miles de emociones y sensaciones!
Gracias Katya por tus comentarios