Monika yacía en el suelo. El frío de los tablones de roble le helaba la cara. Su casa, una vivienda de dos plantas, se encontraba a las orillas del río Havel, cerca al muro. Monika se encontraba postrada, sin fuerzas para levantarse y un solo pensamiento corría por su cabeza: “Voy a morir aquí”.
El 22 de junio de 1948 fue un tibio martes de verano. En la empedrada calle frente a su casa, Monika, de 10 años, y su hermano Paul, de 8, jugaban con los restos y las piedras que quedaron de la cruenta guerra, sin imaginarse que su vía crucis personal aún no había terminado. Su madre, Ulta, cocinaba el plato favorito de Monika, mientras los vigilaba a través de la ventana que daba a la calle. El Maultasche puede ser descrito como la versión alemana de un ravioli. Una cubierta de pasta que envuelve carne en trocitos, migajas de pan, espinaca y cebollas. Sin embargo, la versión que más le gustaba a Monika, en la que era experta su madre, tenía bratwurst en pedacitos en vez de carne.
En soledad, sobre el frío suelo de madera, Monika pensaba que nunca más volvería a probar el Maultasche de su mamá…
El jueves 24 de junio, la Unión Soviética decide embestir en contra del capitalismo, cobijada bajo las ásperas nociones del Das Kapital de Marx. Los soviéticos impiden cualquier tipo de acceso a Berlín del Oeste, cortando cualquier suministro de comida para los habitantes del pueblo libre. El presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman, declara que el tiempo de negociación con la antigua Rusia ha llegado a su fin. Los siguientes días fueron llenos de caos y desesperación. Una nueva guerra comenzaba, pero esta vez mucho más fría que el rígido suelo de roble de la habitación de Monika.
La comida en la casa de Monika duró unos días más, al principio Ulta decidió dosificar las porciones. Luego, solo comían dos veces al día, luego solo una. La última lata de comida fue repartida entre los tres habitantes de ese hogar 4 días atrás. No había nada más que comer.
Aunque Monika recordaba con ansias su amado Maultasche, otro pensamiento más preocupante cruzaba su mente. Si ella se sentía sin energía y desamparada, su hermanito que ahora estaba encerrado en el cuarto de su mamá, estaría mucho peor. Espero morir antes de ver morir a mi hermano, pensaba ella. Una idea demasiado cruel para una niña que tiene el mundo por delante.
Una explosión aérea rompió los cielos y sus pensamientos moribundos. Levantó su mirada hacia las nubes, a través de la ventana de su cuarto y a lo lejos solo pudo ver cajas sostenidas por diminutos paracaídas que descendían lentamente sobre las calles de Berlín. Monika logró dibujar una media sonrisa, ya casi olvidada por lo estragos del hambre.
Una de tantas historias incompletas sobre comida. Historia 4/12.
Autor: David Carillo
2 Comments
Dios mío! Ahora mismo está descripción empiezas a verla cerca…..
Sin duda una historia con una gran carga emocional Mayte