Finales de los años 80, un inquieto niño entra al preescolar. Desde pequeño ha sido muy hiperactivo, no para de correr, quiere llamar la atención a toda costa, no puede estar quieto ni cinco minutos, le cuesta mucho concentrase en una sola cosa, las quejas de las maestras no paraban y los padres angustiados esperaban en algún momento que el niño pudiese mejorar.
A medida que va creciendo, el niño seguía igual y los problemas se incrementaban. Un día, los padres reciben una llamada del colegio, quienes frustrados empezaron a enumerar las dificultades del niño: “no le gusta leer”, “no logra terminar sus asignaturas”, “tiene problemas en matemática”. A lo que los padres, en un intento desesperado de buscar una respuesta respondían: “tal vez se aburre”. La respuesta no pudo ser más lapidaria “él no tiene ningún talento, su hijo nunca será capaz de concentrarse en nada, no llegará a nada”.
Como si no bastase, el niño empezó a crecer de una forma muy desproporcionada, manos y pies grandes, orejas enormes y los brazos que llegaban hasta sus rodillas. Era objeto de burlas en la escuela y el niño parecía no encontrar algo que lo ayudase a sentirse mejor. El panorama no pintaba bien.
En sexto curso, el médico de cabecera de la familia logra dar con el diagnóstico y empiezan a comprender lo que estaba pasando: sufre de “Trastorno por déficit de atención e hiperactividad”, conocido por las siglas de TDAH, una condición que afecta del 2 al 5% de la población infantil y que puede afectar el ambiente familiar, por quejas del colegio, malas notas o comportamiento, desobediencia, desafío de autoridad y fracaso escolar.
Con la finalidad de mejorar la situación, el niño empieza a ser tratado médicamente y cada día al mediodía debía pasar por la enfermería del colegio por su medicamento. Luego de un tiempo se siente estigmatizado, por lo que luego de dos años, en un acto de absoluta valentía y arrojo decide tomar el control en sus manos, “si mis amigos no lo necesitan, pues yo tampoco”, desde ese momento se empieza a desarrollar el cambio, con base en la disciplina y autocontrol que permitiría abrir una esperanza de cambio en su vida.
Los padres del niño eran aficionados a la natación, así como sus hermanas. Esto impulsaría a que la piscina se convirtiera muy pronto en su pasión y primer amor. Esta servía como un traje hecho a la medida. Dentro de ella se sentía cómodo y en confianza, con apretada agenda y fuertes entrenamientos. Era justo el lugar donde podría destacar y drenar toda esa hiperactividad que tantos inconvenientes le había traído.
Sus padres se divorciaron cuando él contaba con 7 años. Su madre, su primera gran heroína, a la que le toco lidiar con tres niños al tiempo de trabajar, de una forma muy inteligente, logró involucrar a los niños en la toma de decisiones de la casa, logrando inmiscuir y comprometer a la familia en conjunto para alcanzar sus metas y esto formo indudablemente al pequeño.
A temprana edad empezó a destacar y a los 10 años ya cosechaba sus primeros logros. El niño, alguna vez objeto de bullying empezaba a ser reconocido y admirado por todos, su condición de TDHA seguía ahí pero cada vez había mayor control y mayor éxito. Su entrenador, quien se convirtió en su mentor y en una figura muy importante para él, sería capaz años más tarde de llevarlo a lugares impensados y récords nunca antes vistos.
Su carrera fue en rápido ascenso, tan es así que a los 15 años ya representaría a su país en su primera olimpiada y ya empezaba a ser reconocido, pero el ímpetu y enfoque del joven aspiraba a más, y es cuando empieza a obrar el último paso, aquel que lo llevaría a ser el más grande atleta de todos los tiempos.
El entrenamiento, las condiciones naturales y el éxito alcanzado hasta la fecha no eran suficiente para llegar a su meta final. Es aquí cuando junto a su entrenador desarrollan una palabra clave “ve la película” y no era otra cosa que visualizar su competencia, saber cuántas brazadas te toma llegar a la meta, cuando debes girar para tomar impulso y todo el recorrido debe estar en tu mente, su entrenador le insistía en ver la película día y noche, que su mente se convirtiera en su más fuerte aliado, ese extra necesario para ganar ante cualquier adversidad.
Y la adversidad llegó, olimpiadas de Pekín 2008, prueba de 200 metros estilo mariposa, la gran final y el objetivo de alcanzar una nueva medalla dorada, justo antes de lanzarse al agua olvida ajustar sus lentes correctamente y apenas entra en la piscina lo deja completamente ciego y sin oportunidad de ver a sus contrincantes y es cuando la película empieza a rodar. El cerebro toma el control y no hubo errores, el resultado fue espectacular: oro y récord olímpico. Aquel niño que no se enfocaba, que no iba a llegar a ningún lado, se convirtió en el atleta de aquellos juegos olímpicos, por si aún no sabes su nombre, es Michael Phelps.
Ganador de 28 preseas olímpicas, 23 de ellas doradas. Es el vivo ejemplo que, por el hecho de no encajar dentro de unos patrones sociales, no ser parte de un común denominador, esto no quiere decir que serás un fracasado. Debemos buscar nuestra estrella, esa que nos hace despertar y dormir con la misma pasión del primer día.
Busca tu estrella y vence el miedo.
Una de tantas historias incompletas de fracaso. Historia 5/12
Autor: Dorian Romero
8 Comments
Muy buen ejemplo de superación traído en esta historia del australiano Michael Phelps y bien narrada por su autor. Felicitaciones
Perdón creo que es estadounidense…
Estas historias son las que nos devuelven la confianza.
Hermosa historia, narrada de una manera muy especial. ¡Me encanto!
Me gustó es amena, se lee rápido, eres buen narrador.
Me gusto, eres buen narrador, se lee rápido, es amena.
Toda situación adversa lleva consigo la semilla de una oportunidad equivalente. Napoleón Hill.
Excelente historia Dorian!
Gracias José por tu comentario