Abres los ojos. La luz te molesta pero decides que no los volverás a cerrar. Escuchas las risas de tus hijos que juegan al fondo del jardín. Te miran, te saludan con la mano, se te ilumina el corazón al verlos tan bellos, vestidos de blanco. Divisas algunas personas que te sonríen y les sonríes de vuelta, aunque no las conoces. No te parece tan extraño, en el fondo te resultan familiares. Hay una luz, un gran resplandor. Todo a tu alrededor está en calma y caminas, quieres alejarte lo más posible sin tener que mirar atrás.
Otro golpe seco en la cabeza, pero esta vez lo sientes en cámara lenta. El primero no lo viste venir, nunca se te hubiese ocurrido que algo así podría sucederte. Respiras profundo e intentas no desvanecerte, pero ahora lo ves todo rojo. Duele pero no sabes exactamente de donde viene toda esa sangre.
Diez minutos antes volabas por los aires impulsada por un golpe de puño en el pecho. Un ruido sordo anunciaba tu caída sobre el piso de madera, entre una repisa y una maceta que se rompe por el impacto con tu codo. Tu casa, y todo lo que habías construido en tus treinta y cinco años, se venía abajo. Una bota en tus costillas y otra en tu muslo, no llorabas, la sorpresa no te dejaba reaccionar: no podías gritar ni correr, no podías huir ni esconderte. Él parecía omnipresente, y tú simplemente te quedaste inmovilizada por el pánico.
¿Qué pasó con los “te amo” y las promesas de ver el atardecer para siempre? ¿Qué pasó son sus dulces ojos marrones que te miraban con ansia? Ahora esos mismos ojos están inyectados con fuego, y su boca, su boca no para de blasfemar y maldecir, y sus puños no cesan de moverse en todas direcciones. Tu mirada fija en él, a pesar del miedo, lo enfurece más aún.
“¿Tienes sed? Anda, sírvete un vaso de agua”, te gritaba al tiempo que estrellaba las sillas del comedor contra las paredes. Te dolían la muñeca y el brazo derechos por la primera caída, pero obedeciste. Tenías mucho que perder, muchísimo. “¿Por qué no gritas ahora? Eres una asquerosa hija de puta. Demuestra ahora que eres valiente. Sabes que si te matara en este momento no tendrías oportunidad de escapar, ¿cierto? La gente se enteraría cuando tus gatos se hubieran comido ya la mitad de tu carne y esta casa empezara a apestar a carroña. Yo saldría ahora y nadie me detendría. Tu ex viene en tres días con tus hijos. ¿Te imaginas encontrar a mamá con la cabeza partida? ¡Qué triste tu final, altanera! ¡Ah! ¿Al fin me tienes miedo ahora, machita? ¡Ten pavor de mí, esta vez no bromeo!”.
Sigues escuchando sus gritos en un segundo plano y recuerdas súbitamente el día en que te gritó por primera vez. Imaginaste, en ese entonces, que el motivo eran su carácter explosivo y su infancia al lado de un padre autoritario y una madre ausente. También recuerdas la primera vez en que te lanzó una frasco de mayonesa a la cabeza por haber preparado muy tarde la cena. Lo esquivaste por la nada y este explotó en mil pedazos contra un estante de la cocina. Y claro, recuerdas la tarde en que te empujó contra la puerta y casi te noquea, cuando al discutir no tuviste la misma opinión que él sobre un asunto de trabajo. Le creíste siempre, pues finalmente el sexo de reconciliación era increíble y él te pedía perdón de rodillas llorando arrepentido después de cada incidente. Eras su todo, te lo dejaba claro siempre que te alejaba de tus padres, porque eran dominantes, o de tus amigos, porque eran unos aprovechados. Tenía siempre buenas razones para que no salieras sola de casa. Él solo quería protegerte, y tú, tú te encargabas de ponerlo de mal humor, tú lo provocabas, tú no lo comprendías, eras muy básica para entender una mente tan brillante. Todo era culpa tuya. ¿Es que no podías estarte quieta por un rato? ¿Siempre tenías que contestarle?
Entiendes todo ahora, con un cable USB enredado alrededor de tu cuello, cuando casi no logras respirar, sesenta y siete bofetadas, veinticinco patadas y once puñetazos después. Qué mal final para tu cuento de hadas, ¿no crees? Sin embargo, no dejas de mirarlo fijamente a los ojos cuando la sangre deja de caer sobre ellos. Vuelves a pensar en tus hijos y en esas personas vestidas de blanco, esta vez suplicando que todo termine, que termine de cualquier manera para poder tener paz al fin.
Si tuvieras que escoger entre vivir o morir en este momento ¿qué elegirías?
Una de tantas historias incompletas de fracaso. Historia 1/12
Autora: Ana Verónica Andrade
web autora: anavandrade.com
9 Comments
Felicitaciones por la historia, tan bien escrita. Me dejó seca.
Gracias Florencia por tus comentarios. A veces las historias son duras de leer cuando reflejan una dura realidad.
Gracias Florencia. Una de tantas historias que nos pasan a las mujeres en silencio. Un abrazo
Ana Vero. Eres una mujer muy valiente.
Y con una historia fascinante! Gracias por tu comentario y por compartir la historia!
Gracias Tania! Ojalá Esta historia pueda llegar a quien lo necesite en el momento justo. Un beso enorme para ti.
Sin palabras. Sentí ser esa mujer, sentí por tantas mujeres que sienten el dolor en su piel, en su corazón. No tengo palabras suficientes para describir lo que este texto me hizo imaginar, pensar en mis dos hijas algún día. La educación empieza en nosotros, primero hemos de curar nuestros traumas antes de educar a nuestros hijos, quizás muchas cadenas se romperían antes de ahogar a nadie.
Ana, eres la mujer más increíble que conozco, eres un todo. Te admiro, tu fuerza, tu pasión, tu corazón, tu nobleza y tu inteligencia se juntan en este precioso texto.
Te quiero amiga ♾
Gracias Antonio por tu mensaje
Gracias Toni por representar a ese grupo de hombres que nos hacen tener fe. Te quiero, amigo del alma.