“¿Cree usted que yo estoy para celebrar el Día de la Madre?”, responde tajante la mujer, a la víspera de esa celebración, cuando huía de su hija, del virus y de la crisis económica que le ha sobrevenido con la pandemia. Nunca sabremos su nombre, y no por descuido o porque no se lo hayamos preguntado. La mujer, que pasaba los 50 años de edad, de tez morena, enflaquecida y algo jorobada, apenas dejaba ver sus ojos detrás de la mascarilla que llevaba.
“No estoy para celebraciones, vengo de mi casa, huyendo de mi hija que me ha pegado. Está volviéndose loca de tanto beber”, era lo que repetía, con la voz entrecortada, intentado contener un llanto ahogado. Vestía pantalón de lona, playera y mascarilla raídas. Parecía desubicada, como buscando una salida, sin ningún camino o dirección definidos, a escasos metros de la placa que marca el kilómetro cero, en la ciudad de Guatemala, que desde finales de marzo vive con restricción de movilidad por el covid-19.
No pedía dinero, ni ayuda, ni atención. Se cruzó en nuestro camino cuando hacíamos un reportaje y preguntábamos la banalidad de cómo las mujeres celebrarían un Día de la Madre empañado por una pandemia que acaparaba, y aún lo hace, todas las conversaciones y celebraciones.
A diferencia de las otras entrevistadas, que contaban que este año valorarían más a sus madres, incluso a aquellas que ya no están entre nosotros, esta mujer se negaba a dar su nombre, y mucho menos el de su hija. Tampoco quería mencionar el lugar donde vivía, ni a lo que se dedicaba. Transmitía una sensación muy extraña, de deambular y de llevar prisa a la vez, prisa de vida o de muerte, quién sabe.
Aunque solo nos permitió escucharle un par de frases, dejó clara la estela de angustia que la afligía ese día y que, muy probablemente, seguirá siendo su angustia a día de hoy, el vivir sumergida en la violencia intrafamiliar a manos de su propia hija.
“Por tanto encierro me ha pegado. Ando pensado a dónde me voy a ir a vivir. Estaba en la casa porque también me he quedado sin trabajo. El señor que me contrataba me ha dicho que ya no hay más oportunidad para mí. Estoy sin dinero. ¿Cree usted que así se puede celebrar el Día de la Madre? No niña, no”, fue su última sentencia antes de huir, escabulléndose entre las pocas personas que caminaban esa mañana por la Plaza Central.
Autora: Vivi Mutz
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One Comment
Qué grave y lamentable realidad de violencia familiar agravado más todavía por este encierro involuntario pero obligatorio generado por la pandemia. Felicitaciones a la autora por narrarnos esta historia