Me ha costado cuatro correos electrónicos, un par de llamadas y mover unos cuantos buenos contactos. Pero al fin voy a poder hablar con él. Me presento, como me han indicado del programa de Cooperación al Desarrollo de la Embajada de Estados Unidos en Ciudad de Guatemala, un lunes a las 8.00 en punto en un edificio de postín de la zona financiera, de esos de oficinas, con portero, personal de seguridad armado en la puerta, arco detector de metales, suelos de mármol y una amable recepcionista a la que le dices quién eres y para qué has venido.
Luego aparece un señor de origen estadounidense con un torpe español que me conduce por el hall a una zona más tranquila. Ahí me espera mi entrevistado. ¿Cómo estás? ¿Te han comentado de qué va todo esto?, comienzo dándole la mano y mirándole a los ojos. Sí, me responde, apretando un poco, y sin bajar la vista. Nos sentamos y empieza la entrevista.
Pregunta: ¿Nombre?
Respuesta: Digamos que Nicolás.
P: ¿No quieres o no puedes dar tu nombre?
R: No debo.
P: ¿Profesión?
R: Limpiabotas aquí en el edificio. Gracias a estos señores que están a acá.
P: Antes, ¿a qué te dedicabas?
R: Usted ya lo sabe. Para eso vino. Era marero. Salvatrucha.
P: ¿Por qué te metiste a la mara?
R: Mi papá se fue de la casa. No teníamos nada. Me sentía muy solo. Perdido. Ellos empezaron a protegerme, a ayudar un poco a mi mamá. Me cuidaban. No me acuerdo bien. Sólo recuerdo que empecé a sentir que poco a poco se convertían en mi nueva familia.
P: ¿Qué edad tenías?
R: 9 años.
P: ¿Qué hacías con 9 años en la mara?
R: Apenas nada. Trabajitos. Luego uno va creciendo; le van dando responsabilidades dentro de la organización y va haciendo más cosas. Trabajos más importantes para ellos, para que consigan la plata.
P: ¿Has estado en la cárcel por esos trabajos?
R: 9 veces.
P: ¿Tienes delitos de sangre? (Siento como la mirada del estadounidense se endurece y se me clava)
R: 5 muertos, si es lo que está preguntando.
P: ¿Te arrepientes?
R: Yo ya pagué mi pena. Estuve en la cárcel, yo tengo mi propia cruz.
P: ¿Por qué te saliste de la mara?
R: Me di cuenta que no tenía futuro. Que no había familia. Solo pobreza y muerte. Que solo me quedaba que me mataran por ellos o terminar preso.
P: Hasta donde yo sé, uno no deja la mara…
R: Tengo un disparo en el pulmón y el hígado no me funciona bien por culpa de otro. Ya no les debo nada. Sé que pueden venir a por mí, pero estoy por fin en paz.
P: Si volvieras a tener 9 años, ¿volverías a entrar en la mara?
R: No se crea que no he pensado en esto varias veces. No creo que hubiera tenido otra opción.
P: ¿Qué edad tienes ahora?
R: 33 años.
Se te acabó el tiempo, quedamos en 5 minutos máximo, me dice el organizador del encuentro.
Se me interpone entre los dos a modo de escudo protector. Me da tiempo lo justo a darle la mano y decirle adiós.
Una de tantas historias incompletas sobre Pobreza. Historia 3/12
Autor: Félix Espoz.
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