En el balcón con vistas al lago, María tomaba una infusión de ramitas de tomillo que ella misma recolectó esa mañana. Era el comienzo de la primavera, las abejas salían de parranda, los pájaros preparaban sus coreografías, los borregos vagonetas tomaban el sol, el viento soplaba suavecito y el cielo tenía un tono azul eléctrico.
María se sentía con mucha suerte de poder estar en ese lugar, lugar de pura vida.
Hace apenas un año, todo era tan diferente. Apenas hace unos meses, María se sentía muy enojada, se sentía desconectada de ella misma y desconectada de la Pachamama. Se recordó conduciendo en medio del tráfico de aquella ciudad caótica, entre asfalto, entre ruido, entre gritos, entre nubes negras de humo, entre calores insoportables, entre caos.
Sentía ira, mucha ira, ira por el presidente, ira por los políticos, ira por los activistas, ira por los ecologistas, ira por los ciudadanos del mundo que no hacían lo suficiente y que vivían sesgados, caminando a paso firme por un camino de desolación y destrucción.
María sentía que estaba en un túnel negro, profundo, repleto de ira. Ella luchaba con todas sus fuerzas para salir de ahí, pero cuanto más luchaba, más se enredaba, era como estar entre arenas movedizas. Sus fuerzas no le alcanzaron, la ira la invadía, así que María dejó de luchar. Se dejó sumergir en el túnel negro, tocó fondo, y ahí vio la luz, la siguió y salió.
Al salir del túnel se dio cuenta que la ira estaba ahí para hacerla reaccionar, y su voz interior le susurró: el cambio empieza en una misma.
Se llenó de fuerza, se miró al espejo y supo que estaba lista para un cambio. La energía que gastaba culpando a los demás la consumía. Estaba lista para transformar esa energía en algo positivo, estaba lista para construir el mundo que quería para ella misma y para los demás.
Pasito a pasito dejó de fumar, dejó de comer carne (de vez en cuando pescadito y por ahí un camarón), hacía sus compras en el mercado, acolitando así a los campesinos y comerciantes locales, dejó de beber esa gaseosa tan deliciosa, dejó de comer esa hamburguesa con tanta grasa de esa cadena que anda por todo el mundo, compartía el auto con otras personas y lo sacaba solo cuando era necesario, hizo temazcalitos, hizo grupos de canto, hizo masajes shiatsu, se fue a vivir al campo, aprendió un poquito a trabajar la tierra, se curó el alma y el corazón con plantitas, se rodeó de una tribu hermosa que cada vez se hace más grande. Por ahí conoció a una curandera, por ahí conoció a un chamán, por ahí conoció a un payaso, por ahí conoció a un psicólogo, por ahí conoció a un profesor ecologista que enseña a niños a plantar plantitas, por ahí conoció a un asambleísta que lucha por el cambio climático, por ahí conoció a un especialista sobre las monedas complementarias, por ahí conoció a una actriz que trabaja en un nuevo método llamado teatro fórum interior, que hace que a través de la interpretación las personas conecten con su interior… por ahí conoció a mucha gente comprometida, sonriente, fuerte y solidaria.
Terminó el último sorbo de su agüita de tomillo, se fue a dar una vuelta al borde del lago, respiro, sintió y supo que todo estaba en orden y que la esperanza y el amor son infinitos. Creía en ella, y creía en la humanidad.
Una de tantas historias incompletas sobre el medioambiente.
Autora: Melanie Cheradame