Hace un par de semanas leí en alguna red social un titular: “¿A los hombres también les pasa?”. Era una serie de micro historias que se alimentaba con los comentarios de mujeres contando sus experiencias en situaciones en las cuales se habían sentido violentadas. Predije que era una cosa sensacionalista de esas que se inventan los grupos extremistas que intentan cambiar el mundo con marchas y gritos histéricos. Nunca
entendí muy bien esa dinámica.
Decidí continuar leyendo por simple curiosidad y pasé de un comentario a otro sin prestarles mayor atención. De repente, reconocí un nombre. María Gabriela J., mi exnovia del colegio. Una niña inteligentísima con quien tuve las charlas más profundas.
Nunca más conocí alguien como ella. Recordé su sonrisa y sus pecas enmarcadas por la una larga cabellera castaña, nuestro primer beso a los 14 años en un paseo a la
montaña… cuantos recuerdos. A los 16 me mudé y me cambié de colegio, no supe más de ella a pesar de jurar llamarla. No cumplí. Volví a la realidad y me concentré nuevamente en la lectura. Podría ser interesante su punto de vista: «Cuando tenía 17, un día martes, esperaba el autobús para ir al colegio. Eran las 6:45 am
y estaba sola en la cuadra. De repente, apareció trotando un hombre en ropa deportiva, supongo que tendría unos 40 años. Al aproximarse a mí, ralentizó el paso, sacó su miembro y empezó a masturbarse mientras me miraba los pechos. Yo traía puesto mi
uniforme, no se veía absolutamente nada, no entendía lo que estaba sucediendo. Cuando quiso aproximarse fui presa del pánico. Afortunadamente dobló la esquina el
transporte escolar, el tipo se cubrió y siguió trotando como si nada. ¿A los hombres también les pasa?”.
Al terminar su historia sentí una punzada en el corazón. ¿La dulce Gaby había pasado por algo así? Yo iba todos los días a buscarla a su casa para ir juntos a la parada del bus.
Me sentí miserablemente triste al leer sus palabras y me imaginé a mis hijas
adolescentes en una situación similar. Y sí, a mí jamás me había pasado. Entonces sí que puse atención a lo que aparecía a continuación. Algunas historias eran abrumadoras:
Rosario A.: “En mi trabajo un día en que me quedé un par de horas después de mi jornada normal terminando un informe, mi jefe me llamó a su oficina y me pidió que
cerrara la puerta. De repente lo tenía sobre mí quitándome la ropa y diciendo que él veía como yo le lanzaba miradas lujuriosas, que no fuera tan perra para resistirme en
ese momento. Me violó y me amenazó con echarme si lo denunciaba. A los pocos días renuncié, aunque necesitaba muchísimo mi empleo, no pude volver a ese lugar. ¿A los
hombres también les pasa?”.
Ana L.: “Estaba cursando mi segundo año en la Facultad de Arquitectura. Recuerdo inscribirme en una clase de historia del arte. El profesor era un señor bastante mayor, yo tenía 20. Unas semanas después del inicio del curso me propuso ser su asistente de
cátedra pues le habían gustado mi desempeño además de mi récord académico. Acepté, era una buena oportunidad para aprender. Al poco tiempo empezó a hacerme invitaciones a salir, las cuales rechacé categóricamente, hasta que un día me lo encontré fuera de la cafetería donde yo trabajaba medio tiempo. Se ofreció a llevarme a casa y al negarme intentó forzarme a entrar en su auto. Afortunadamente salieron varias
personas y pude escapar. Perdí el semestre, abandoné su clase y nunca más pude volver a salir sola de la universidad ni de mi trabajo, él siempre estaba afuera esperándome.
¿A los hombres también les pasa?”.
Luciana M.: “Yo les voy a resumir mi situación en pocas palabras: me pagan menos que a mis compañeros hombres por hacer el mismo trabajo o más. Y como tengo un cargo alto dicen que tuve que acostarme con alguien para conseguir mi puesto. ¿A los hombres también les pasa?”.
Raquel R.: “Un día en una fiesta de la universidad mi novio y un amigo suyo me dieron una bebida que contenía escopolamina. Yo no sabía que me estaban drogando. Me violaron entre los dos mientras estaba inconsciente y me dejaron en la calle a la madrugada. Alguien me encontró y me llevó a un hospital público cercano. Resulta que la culpa fue mía por andar con dos hombres. Por favor, ¡eran mi novio y su mejor amigo! Los desgraciados me destrozaron no solo física sino también emocional y psicológicamente. ¿A los hombres también les pasa?».
Blanca A.: “Subí a un taxi el otro día en la Amazonas y Colón, eran las 10 am. Le pedí al taxista que me llevara al antiguo aeropuerto. Entonces empezó a desviarse y con el
pretexto de conocer una ruta más rápida me llevó por calles totalmente desoladas. Empecé a desesperar y le pedí que se detuviera, él puso los seguros. Paró y se pasó al asiento de atrás, me empezó a manosear mientras yo gritaba. No sé qué pasó, pero se arrepintió y después de pegarme, me dejó botada en medio de la nada. ¿A los hombres
también les pasa?”.
Ungrid M.: “El otro día me subí al transporte público, no cabía un solo alfiler. En eso sentí que un tipo se me acercó demasiado y se restregó contra mi pierna insistentemente. Yo
intenté zafarme, pero había demasiada gente. Desesperada empecé a gritarle y el hombre se rió de mí antes de bajarse. Cuando me di cuenta tenía semen en mi pantalón.
¿A los hombres también les pasa?».
¿Cuántas veces cerramos los ojos ante estas atrocidades? Como hombres les debemos una sociedad mejor a ellas y a nosotros mismos. Por eso decidí escribir este editorial y también salir a la marcha de hoy por Gaby, mi madre, mis hijas, mi hermana y mi esposa. Por ustedes compañeras. Desde hoy gritaré con ustedes. Y tienen razón: a los hombres
no nos pasan estas cosas.
David Rosemberg
Editor General
Una de tantas historias incompletas de feminismo.
Autor: Ana Verónica Andrade
Twitter: @anavero1902 /Fb: @anaveronicaandradenarvaez