Nací en Chile y crecí en el Ecuador. Dos países maravillosos, pero con culturas lastimosamente mucho más enfocadas a los hombres. En mi vida vi muchas veces a las mujeres cocinando, mientras los hombres jugaban en el cuarto de al lado, quienes eran luego llamados a una mesa perfectamente adornada y preparada. Luego, al levantarse, agradecían y dejaban todo el trabajo a las mujeres, ya sea sólo a la esposa o también a las hijas. “Mijita, vaya a ayudarle a su mamá”. Estos comportamientos y comentarios me han molestado por muchos años, y me siguen molestando. ¿Será que a los chicos se les derriten las manos si lavan los platos? ¿O que las chicas no tienen nada más importante que hacer que tener una casa limpia y ordenada? Las tareas del hogar son importantes, sin duda, pero son de todos.
Ha habido un cambio positivo en mi generación y, aunque no es suficiente, vamos por buen camino. Hombres que disfrutan cocinando los fines de semana, que se ocupan de sus hijos, juegan con ellos y que participan en las tareas del hogar. Me da gusto ver que tanto chicos y chicas tienen posibilidad de estudiar y de luego trabajar en las carreras que han elegido. Al mismo tiempo, veo con tristeza cómo a las embarazadas no se las protege como lo necesitan, o como a las nuevas madres deben regresar a su trabajo tan solo un par de meses después de dar a luz, luchando con un cuerpo cambiante entre su trabajo y un bebé que las llama y necesita.
Hoy, vivo en Alemania, un país que no es perfecto, pero es interesante y más desarrollado que aquellos que conozco. Hablando con mis amigas aquí, me he dado cuenta como la posición que tenían mis padres en equidad de derechos y responsabilidades, era la misma que la de sus abuelos. Este país va una generación por delante en estos temas. Una generación con más educación y realización laboral, distribución de tareas del hogar y responsabilidad con la familia. Aquí se fomenta la protección maternal en el último mes de embarazo, donde la madre recibe su sueldo completo sin ir a trabajar. Después de eso tiene su puesto de trabajo garantizado durante 3 años, y durante el primero de los cuales recibe 60 por ciento de su salario normal. Este beneficio -Elternzeit- es voluntario y tiene gran aceptación en la población. Puede ser dividido entre los dos progenitores, permitiendo al padre ser parte activa de la nueva vida familiar y, al mismo tiempo, a las mujeres volver antes al ámbito laboral. Aparte de esto existe en las empresas un porcentaje, creciente, de ocupación femenina en puestos de liderazgo, y se está luchando por igualdad de sueldos (para hombres y mujeres en el mismo puesto). En la política se ve a muchas mujeres muy capaces, algunas de ellas sin hijos, como Angela Merkel, otras con hasta 7, que es el caso de Ursula von der Leyen, actual presidenta de la Comisión Europea. En estos casos, comentan ellas, que sus esposos toman una parte significativa de las tareas y responsabilidades del hogar, por sus exigencias laborales.
En este país existen un par de medidas que apoyan y protegen a la familia, y así también a las mujeres. El gobierno reconoce para el seguro social el trabajo de los padres durante los tres primeros años de cada hijo como si fuese trabajo normal. Además, paga una mensualidad a las familias por cada niño, evitando así la pobreza infantil. La educación y salud están cubiertas. Todo esto está basado en un sistema complejo y completo de impuestos, que no son bajos, pero que funciona.
Cuando conocí a Michael, hablábamos de cómo íbamos a diseñar nuestra vida. Él, viniendo de Alemania, me pregunta cuando quiero empezar a trabajar, -si mientras o después de los cursos de lenguaje- y si quiero que él reduzca sus horas de trabajo para que yo pueda trabajar también a tiempo completo, realizarme como profesional sin descuidar los niños que vendrán, los que luego se podrán dejar hasta más tarde en el cole. Yo, que soy latina, no quería que me impusieran nada y quería seguir a mi corazón, ser una gran mamá a tiempo completo. Quería ser yo quien eduque a mis hijos, para moldearlos e inculcarles esos valores que creo son tan importantes. Trabajaré si quiero, pero no quería entrar a la rueda del “tienes que”, si no fuese necesario. Mi vida ha sido producto de mis decisiones, no de alguien que decidiera por mí.
Así, he decidido cómo debe funcionar mi casa: “El que ensucia, limpia”. Cada uno recoge lo que usa, bota su propia basura. Todos colaboramos, incluyendo a mi esposo, quien adora usar la aspiradora. Cada uno tiene tareas fijas, según su edad. Funciona, aunque no exactamente sin reclamos. También resaltamos los valores y habilidades, tanto en los hijos varones como en las chicas; y ambos reciben reproches en la misma medida. Fomentamos el respeto y la comunicación, así como el amor y la unión familiar. Fomentamos el hacer las cosas de la mejor manera, tanto en lo académico como en lo personal. Lucho por mi individualidad, mi independencia y mi derecho a ser yo misma. Además, junto con mi esposo, hemos decidido formar parte de un programa de padrinaje. Hemos escogido ayudar a dos chicas de escasos recursos: Danmati, en India, y Nerexi, en Ecuador, pues creemos que una niña con más posibilidades va a llegar a formar una mejor familia y, así, una mejor sociedad.
Feminismo para mí es eso, ser fuerte como mujer, respetarse y hacerse respetar, hacer las cosas de la mejor manera posible, tomar tus propias decisiones y ser dueña de tu propia vida. No dejarse intimidar -y demostrar lo contrario- de lo que otros relacionen con “ser mujer”: lenta, débil, quebradiza, pretensiosa, sumisa, medio esclava. “Pelear como chica” -en todos los idiomas- es una oración como para humillar. Debemos lograr que esa expresión sea reflejo de fuerza y grandeza. Hay que dejar de reírse de esos chistes y comentarios bobos que usan a las mujeres como objeto. Al mismo tiempo, se debe entender que los derechos de una persona llegan hasta donde los de otra persona comienzan, y no por apoyar ciegamente a las mujeres y sus decisiones, esto ocasione que se produzcan más abortos.
Aún hay mucho trabajo que hacer para vivir en un futuro ideal, donde las mujeres sean protegidas y tengan los mismos derechos que los hombres. Necesitamos mujeres fuertes -mástiles de circo- que sepan su gran valor tanto para la familia como para la sociedad y sepan transmitirlo. Es así como debemos educar a los niños, puesto que algún día serán cabezas de sus propias familias, y lograrán grandes y valiosas cosas.
Una de tantas historias incompletas de feminismo.
Autor: Florencia Montenegro