– ¡El abuelo fue engañado, nunca hubiera hecho eso en sus cinco sentidos!
Alicia escucha a uno de sus sobrinos gritar esta frase al estar discutiendo la herencia de su padre… y se pregunta a sí misma: ¿Cómo pueden llegar a afirmar semejante cosa? ¿Hasta dónde puede llegar su ambición?
Ella puede sentir con mayor dolor la ausencia de sus padres y le decepciona que la codicia corrompa los corazones de la familia.
– ¡Si no aceptan nuestra propuesta no habrá trato! ¡Preferimos morirnos sin un solo centavo a que ustedes se salgan con la suya! (dice otro sobrino de Alicia)
Lo único que se escucha en la sala son gritos. Alicia decide cerrar los ojos por un momento… los gritos se desvanecen hasta que son reemplazados por villancicos navideños… ve a sus hijos abrazando a sus abuelos en aquellos tiempos en los que sus padres aún vivían y la Navidad invadía de felicidad a toda la familia. Ve a sus hermanos, hermanastros y sobrinos uniéndose a los villancicos mientras sostienen unas bengalas. Siente tan real el calor de la familia, la felicidad de sus padres y la armonía que todos mostraban frente a ellos en esta época.
En un pequeño departamento de apenas dos cuartos, Carlos siente una inmensa soledad… el silencio insoportable de las paredes blancas y la ausencia de sus seres queridos perturban su estabilidad emocional. Cierra sus ojos y recuerda la que alguna vez fue su casa… sus grandes y hermosos espacios verdes, su cancha de básquet, en la que tanto disfrutaba jugar con sus amigos y familia, la sauna que le producía gran placer y los gritos de sus nietos que hacían eco en los altos techos de su hogar, cuando se emocionaban al abrir los regalos de navidad.
Al norte de Quito, Analía llega cansada a casa, después de un extenuante día en el hospital acompañando a su madre, de 88 años, que acaba de salir de una cirugía en la que le removieron un tumor cancerígeno de su lengua. Es la segunda ocasión en la que su madre tiene cáncer. Analía no puede evitar preocuparse. El proceso extenso y complicado que conlleva el acompañamiento a su madre en todo: exámenes, cirugías, tratamientos y trámites burocráticos, le causan un gran agobio y tristeza. Sin embargo, se aferra a la esperanza de que su madre logrará vencer nuevamente esta enfermedad.
En su cama, Analía cierra los ojos y recuerda aquellos tiempos más sencillos en los que sus padres aún eran jóvenes. Casi saborea con exactitud el delicioso sabor de los buñuelos con miel que preparaba su mamá en Navidad y ese olor trae consigo la imagen de toda su familia reunida en una gran mesa.
En Oriente Medio, Lili aún no se recupera de una cirugía facial. El lado derecho de su cara se encuentra paralizado y su sonrisa, que tanto le caracteriza, se ve limitada físicamente por su afección. Su esposo ha pedido permiso en su trabajo para ayudarla en su recuperación, ya que ellos están lejos de su familia y amigos. Lili, a pesar de su dolor y angustia, no puede evitar sentir la preocupación de sus cuatro hijos y, con gran esfuerzo, finge no sentir sufrimiento. Intenta escapar un momento de su realidad y cierra sus ojos… sus memorias la llevan a aquellos días en que estaba en su país natal, disfrutando de ser la anfitriona de unas maravillosas fiestas navideñas. Se ve rodeada de su familia: sus hijos, esposo, padres, suegros, hermanos, abuelos, tíos, primos, sobrinos y cuñadas. Sí que eran concurridas sus fiestas. Ella puede sentir con plenitud el regocijo de tener a su familia cerca. Siente como su piel se eriza con el contacto físico de todos sus seres queridos, con cada beso y cada abrazo. ¡Ella no puede dejar de sonreír!
Hago una pausa y observo mi departamento lleno de decoraciones navideñas… siento un gran vacío interior. No dejo de pensar en que las cosas materiales han ido reemplazando los verdaderos momentos de felicidad. Siento el divorcio de mis padres con más fuerza en estas fechas. Sé que ellos han encontrado paz al estar separados, pero hay una parte de mí un poco egoísta que quisiera verlos juntos nuevamente. Miro a mis hijos y me abruma la incapacidad de impresionarse fácilmente con la simpleza de la vida, a diferencia de como lo hacía yo en mi infancia.
Los abrazos, los besos y las celebraciones familiares se han visto reducidos a causa del virus. Ahora todo es mucho más complicado y me cuesta lograr encontrar momentos de regocijo.
Una rápida reflexión me lleva a concluir que mis problemas son pequeños comparados a los de mis personajes. Me obligo a cerrar los ojos como ellos y sin esfuerzo puedo ver a Alicia recibiendo finalmente la herencia merecida de su padre después de 20 años de su muerte. Ahora puedo verla redescubriendo el mundo a su manera, viajando con sus seres queridos en Navidad, con el convencimiento de que las fiestas están donde exista gozo y amor, sin importar el lugar del mundo donde estés.
Veo a Carlos viviendo en una nueva versión de su casa anhelada, saliendo del turco en su baño master y riendo a carcajadas al ver a sus hijos y nietos metidos en su cama, esperando por él para ver una película de Navidad.
Puedo ver a Analía con su familia y sus padres gozando de una gran salud. Todos sentados en una mesa hermosamente decorada, endulzando su velada con unos deliciosos buñuelos hechos por ella con la receta que su madre le enseñó.
Alcanzo a divisar a Lili, visitando a su familia en su país natal, esta vez en la casa de su tía, disfrutando de aquellos abrazos y besos que tanto le hacían falta. Su sonrisa deslumbra con mayor fuerza que antes.
Finalmente me veo a mí, en una realidad lejos de ser perfecta, pero con vientos de satisfacción. Intentando enseñar a mis hijos manualidades navideñas, compartiendo las fiestas con mis diferentes seres queridos… abrazándolos en grupos pequeños y disfrutándolos en distintos tiempos, pero con la misma intensidad.
El primer paso es cerrar los ojos…
Una de tantas historias sobre Navidad.
Autora: Cristina Alcázar