«Amanda…» La puerta se abrió como en cámara lenta, dejando asomar una luz azul que refulgía iluminando el pequeño sótano. Quedaron al descubierto decenas de cráneos humanos, todos con una particularidad en común: sus ojos no habían desaparecido, permanecían intactos y abiertos, con el brillo fresco y las pupilas dilatadas. El olor a muerte se mezclaba con el lodo que emanaba del suelo resbaladizo. Lola seguía pensando que allí encontraría las respuestas a la desaparición de su hija. Aunque ya hubieran pasado diez años, algo revelaría el misterio de esa nefasta noche de octubre, por lo menos eso creía.
Era la décima vez que visitaba el sótano clandestino del bosque, y lo iba a continuar haciendo año tras año, en la misma fecha, hasta hallar lo que quería. Esa noche tenía algo especial, Amanda cumpliría quince años. Sus amigas preparaban sus fiestas, dejando en el olvido esa macabra luna llena, que parecía haberse llevado a la inocente niña envuelta en su velo plateado. Lola se quedaba toda la noche contemplando los cráneos, observando minuciosamente los ojos, esperando encontrar los de su hija. Ese ritual se repetía una vez cada año, hasta que al amanecer abandonaba el bosque sumida en la más profunda desolación, teniendo que irse de nuevo a casa con las manos vacías.
Se acercaba la hora del crepúsculo, cuándo uno de los cráneos se partió en dos, una de las mitades dejó desprender su ojo derecho y una voz, que nunca antes había escuchado, le susurraba al oído el nombre de su pequeña. El ojo yacía en el suelo, y comenzó a rodar de un lado a otro mientras la voz repetía sin parar: «Amandaaaaaaa…» Lola miraba perturbada por todos los rincones, su corazón saltaba apresurado entre el terror y el desconcierto. De pronto, el ojo se detuvo y se formó un círculo rojo; se arrodilló y pudo percibir que la voz parecía salir de allí. Así que separó el lodo con sus manos y halló una tapa de hierro que se asemejaba a una puerta. Aunque trató de abrirla no pudo, así que sacó la varilla de hierro que atravesaba la puerta de entrada al socavón y después de varios intentos logró abrir el misterioso pasadizo.
Un aire álgido subió a la superficie y un olor putrefacto se extendió en el lugar. Lola asomó su cabeza y se desplomó al vacío halada por una fuerza extraña. Una vez abrió los ojos, se encontró frente a un cuerpo sentado que le daba la espalda, al parecer era una joven, de cabello rizado marrón y un vestido largo color rosa. La voz dejó de pronunciar el nombre de Amanda y empezó a llamarla «Mamá». Lola se acercó al espectro a paso lento y le dijo: “¿Mi niña, eres tú?” De inmediato, el fantasma se dio la vuelta y el sobresalto fue inevitable. Era el rostro desfigurado de una jovencita, tenía los ojos rojos y sangrantes, los labios rotos y una mano negra extendida empuñando un papel blanco. Lola aterrorizada se acercó y le arrebató el papel, fijó su linterna para ver que decía y un grito de dolor le traspasó las entrañas. Cuando terminó de leer, el espíritu había desaparecido y ella regresó a su casa, prometiendo nunca más regresar al sótano.
En casa releía una y otra vez la carta: «Mamá, me asesinaron cuándo tenía cinco años, pero antes, el hombre malo me violó, al igual que a todas las niñas que estamos aquí. No te dejé saber antes esto porque guardé nuestro encuentro para un día especial. Hoy son mis quince años. Te pido que no regreses aquí, porque así yo podré volar y estar en paz. Te amo mamá, no me obligues a bailar el vals con papá… el hombre malo».
Una de tantas historias incompletas sobre terror. Historia 10/12.
Autora: Cristina Gaviria
One Comment
Maravillosa historia muy bien narrada. Gracias por compartirla con nosotros.