Hoy es un día soleado y amarillo como todos. Hay una luz polvorienta que se filtra por la ventana. Ámbar despierta y lo primero que ve son sus piernas blancas y desnudas llenas de morados en la parte interior del muslo. Sus pies son pequeños y delicados sin las deformaciones que tienen los pies de sus hermanas. Esta mañana están dormidas todas, han trabajado hasta tarde y en la sala hay vasos con restos de licor barato. La casa siempre huele a humedad y madera. Ella sale hasta la cocina, ubicada en otro cuarto y pone a hervir agua para el café.
Ámbar es pequeña, de caderas firmes y pechos pequeños, su rostro es suave, las mejillas rosadas y los ojos verdes, el cabello rubio ensortijado hasta la cintura, se podría decir que un pequeño ángel ha caído en medio del desierto. Se ha puesto una bata liviana por encima, se ven sus pequeños pezones a través de la tela. Bosteza perezosamente mientras divaga, no recuerda mucho de ayer, apenas destellos de una boca voraz.
En la mañana todo se ve pálido, el sol es tan fuerte que decolora todo a su paso en una materia indefinida y blanca. Toma café en la mesa de la cocina, no hay nada más para salir de esta modorra de domingo eterno por la mañana.
Sus hermanas despiertan… Astrid es rotunda y fuerte, con cabellera negra y lustrosa, los ojos almendrados y las cejas altas, camina hacia la cocina cantando mientras Aleida, la más joven, se recoge el cabello en una trenza improvisada.
Ámbar habla poco, en realidad el calor le ha quitado las palabras, le duele un poco la cabeza y la boca le sabe a hierro. Trata de recordar la noche anterior pero un grito la saca de su letargo, Astrid ha encontrado sangre en una silla, en una casa con tres mujeres eso no es inusual. Aleida limpia con un poco de asco el desorden y mira a su hermana Ámbar con desaprobación.
La tarde se va acercando, las hermanas salen a mirar la carretera, esperan. El paisaje es polvoriento y uniforme, los autos pasan a toda velocidad por delante de su casa, ellas se entretienen viendo los colores y formas de aquellos borrosos bultos. Hay algo que gotea en la cocina, pero nadie se percata. Un auto por fin se detiene, son las 6 de la tarde, ellas se ven tan hermosas sentadas en ese banco de madera. Todas están semidesnudas, con sus cabellos preciosos hasta las caderas, afuera a la vista de todos como si estuvieran solas en el mundo. Un hombre se detiene y baja de su enorme auto, tiene fuego y codicia en los ojos. Mira a Ámbar primero pero decide entrar con Aleida. La noche transcurre lenta, hay algo que gotea en la cocina pero nadie se percata.
Lo último que ve el hombre son las uñas de Aleida rompiendo sus ojos. Es una buena noche, las hermanas se preparan para la cena.
Una de tantas historias incompletas sobre terror. Historia 2/12.
Autora: Jana Lamprea
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3 Comments
Interesante historia de terror que deja con una enorme interrogación al lector. Felicitaciones a su autora.
Justicia poética? Empoderamiento vampírico. Me gustó , pero no tanto como a ellas su primer plato…
Buen manejo de la prosa para causar intriga y al final un suspenso y terror.