En aquel momento de mi vida me sentía bien, completa, sabia. Compartía la cotidianidad de mis días con los mejores amigos que uno puede desear. Sentía que entendía el mundo en su totalidad, siendo parte de él y de sus fuerzas sutiles.
Estaba en Sagitario, de viaje, explorando el mundo y explorándome, segura de mi trabajo y del poder del mismo como un regalo para el Universo… lo mínimo que podía aportar frente a las bondades que este nos ofrece.
Poco a poco empecé a sentir que esta calma precedía a una gran tormenta. Una tormenta devastadora que tocaría lo más profundo de mi ser y el corazón de mi hogar, el de la familia en donde uno se siente seguro, quizás tan seguro que debemos salir corriendo de ahí para conocernos. Irnos al lado opuesto del continente, dejar el núcleo y cerrarnos, en gran medida a sus problemas para encontrar los nuestros propios.
Cuando te di la noticia de que había conseguido la beca y que finalmente me iría a vivir junto al mar me preguntaste: “¿Segura Vale? No es obligación irse”. Y lanzaste una carcajada mediante la cual tu alma, previendo su destino me decía “quédate, acompáñame, me siento sola, te necesito”. Pero fuiste tú misma quien, paradójica y generosamente, me dejaste a la puerta de esa gran aventura.
Y ahora me vuelve al pecho aquella sensación que, viendo al mar, me alertaba de una crudeza aún no experimentada.
Inicios de septiembre del 2017, suena el teléfono: “Tu gatita murió (me acompañó desde niña). Aparentemente aquellas bolitas que tenía en sus mamas eran cáncer que llegó hasta sus pulmones. La encontramos tosiendo sangre con mucha dificultad para respirar”.
Finales de septiembre del 2017, otra llamada: “Tu abuelo murió… estaba ya delicado en el hospital, sufrió un paro respiratorio”.
En la playa dibujé un espiral de partículas mediante las cuales incorporaba y entendía que ahora él estaba en todas partes. La semana anterior a su muerte me contaba que había visto alguna cuestión sobre Fortaleza en la TV. Nos sentimos más cerca el uno del otro y me entraron unas ganas enormes de tenerlo conmigo y llevarlo de un lado para el otro de la playa y la ciudad, disfrutando de horas de conversación. Una semana después lo sentía ahí, a mi lado, en cada partícula de mi cuerpo y de mi entorno.
Sin embargo, aún después de sentir esta muerte más o menos integrada, aquella angustia en mi pecho decía que lo más duro estaba por ocurrir.
Inicios de noviembre del 2017, escuché tu voz: “Me entregaron unos exámenes que me hice hace un tiempo, dicen que tengo cáncer y que ya está en estado de metástasis en el pulmón”.
Cáncer de tipo basal de mama triple negativo, adenomioepitelioma, con diseminación a ganglios linfáticos y probablemente en pulmones fue el diagnóstico exacto.
Dos semanas después estuve de vuelta en Ecuador, mi único deseo era estar junto a ti.
Lo que sucedió entre noviembre del 2017 y febrero del 2019 fue el proceso de degeneración de una persona que pasa de su total movilidad y lucidez a una mirada perdida ya presente en otro plano de la realidad. Un cuerpo transformado en palabras no expresadas debido a una incapacidad cerebral y en balbuceos desesperados por querer comunicar algo importante antes de morir. Cuerpo en deterioro exponencial acompañado de unas ganas de vivir y de una fuerza nunca antes vistas. Y, lo mejor que yo pude hacer en aquel momento fue perderme en el amor de un hombre que me nublaba la vista frente a esa crudeza que no quería, no soportaba ver.
Sin mi Madre presente físicamente siento que algunas bases importantes en mí se han derrumbado. Me hacen falta su voz y su temperatura, aunque mi piel la guarde perfectamente en su memoria. Recuerdo aquel momento en que decidí grabarla para siempre en mí, consciente de que no habría vuelta atrás. Extraño aquel abrazo indispensable, su enorme entendimiento y consejos precisos.
Todavía no recupero la confianza en mí, me siento insegura y poco creativa. Me cuesta entender mi trabajo anterior, aquel que con tanto amor hice y entregué al universo. Lo siento inútil, banal y superficial ya que de alguna forma no entiende la crudeza de la vida, aquella realidad dual, hermosa y siempre amenazada por el dolor y la muerte.
Nancy Susana Vásconez Miño, te amo con todo mi ser.
Una de tantas historias de viajes. Historia 6/12.
Autora: Valeria León Vásconez
3 Comments
Bella y tierna aunque triste realidad plasmada en esta historia muy bien narrada. Felicitaciones a su autora.
Que triste historia. Lleno de vacío. Estar lejos es difícil. Y perder a una mamá es horrible. Me he sentido identificada enormemente, lastimosamente, con esta historia.
Un abrazo a la distancia
Muchas gracias! ❤️