Nuestras manos no se quedan quietas. Yo, intento ponerla sobre su pierna. Ella, la retira. Y se sonroja. Y yo, yo vuelvo a hacerlo. Se ríe. Me regresa a ver y clava sus ojos sobre los míos. Yo hago lo mismo. Tenemos esta manía de vernos fijamente, entrecerrando nuestros ojos y frunciendo nuestras cejas hasta conseguir que el otro retire la mirada. Y claro, yo siempre pierdo. No puedo explicar todo lo que su mirada causa en mí. Es tan profunda, tan desafiante, tan coqueta, tan…. que simplemente me desarma por completo.
Y así, entre mirada y mirada, seguimos con nuestro juego que se vuelve más difícil de ocultar. Nuestras risas nos delatan. Ella, cada vez más y más rojita, intenta disimular mi atrevimiento. Yo, con más y más ganas, quiero tener el mayor contacto posible con ella. Hasta que, por fin, por fin pare de luchar y me deja poner mi mano justo sobre su rodilla. Y no acaba ahí. Entrelaza sus dedos con los míos, voltea a verme y sonríe. Ahora que me dio la mano, sé que no quiero soltarla nunca.
Pienso en lo afortunado que soy de tenerla junto a mí. Así, tan cerquita, tan mía. Y entonces, me quiebro. Me quiebro porque sé que hoy es el último día que la tendré a mi lado. Es la última vez que podré acariciar su mano, darle un beso y ver esos ojos brillar. Ella se percata de lo que me pasa y también baja la mirada. Lo único que hace es apretar mi mano más fuerte como diciendo “no te vayas”. Y yo… yo no puedo contenerme más y la abrazo. Fuerte, muy fuerte.
De pronto, las conversaciones cesan y siento cómo toda la atención se centra en nosotros. Silencio total. Podría jurar que lo único que se escucha en aquel restaurante son nuestras respiraciones profundas. Ninguno llora. Ninguno habla. Sólo nos hundimos en ese abrazo. Y entonces, alguien rompe nuestro momento…
—Me gustaría hacer un brindis por ti —dice mi mamá—. Por ti hijo, para que estés donde estés, sigas cumpliendo tus sueños y seas feliz siempre.
—¡Salud! —dicen todos mientras chocan sus copas.
Me dan ánimos para el viaje que emprenderé y me felicitan por la beca que gané. Están tan orgullosos de mí y tan contentos que pueda ir a estudiar mi maestría al otro lado del mundo. Yo también, no puedo negar que estoy lleno de ilusión por el viaje y por todas las experiencias que vienen. Si tan sólo ella pudiera venir conmigo….
Vuelvo a poner mi mano sobre su rodilla y esta vez ya no hay resistencia. Sonreímos y cenamos mientras conversamos con todos. Con mis amigos contamos nuestras anécdotas más chistosas, eso sí, adaptadas a la versión familiar. Después, las historias de mis tías no se hacen esperar y se encargan de avergonzarme con los momentos más divertidos de mi infancia. Y así, entre risa y risa acabamos la comida, los postres y algunos, hasta con unas cuantas bebidas de más.
Y es entonces cuando empiezo a preocuparme. Las conversaciones se apagan y las personas se despiden. Es como si todo indicase que el momento más difícil se aproxima. Y en efecto, poco a poco el salón se va quedando vacío hasta que sólo quedamos los dos. ¿Y ahora qué? ¿Qué hago? ¿Qué digo? Nada bastará.
Ella se lanza a mis brazos y yo la abrazo con todas mis fuerzas. Con todas. Sé que las palabras no serán suficientes así que espero que el abrazo lo sea. ¡Cómo quisiera que este momento dure para siempre! Que se congele el tiempo. Que nos congele así, juntos.
No sé muy bien cuanto tiempo estuvimos abrazados, pero en algún punto nos separamos. Ambos sacamos fuerza de no sé dónde para sonreír un poco. Ninguno dice nada. Supongo que ya no hay nada que no se haya dicho ya. Después, me da un último beso y se va. Sólo así, sin más. Pensé que, como en las películas de Hollywood, regresaría a ver y correría otra vez hacia mí, pero eso no pasa. Tan sólo sale del restaurante, se sube a su carro y se va. Y yo me quedo aquí parado, solo y vacío, mientras mi mundo se derrumba. Lo único que atino a hacer es a sentarme y llorar. Lloro por lo que vivimos y por lo que nos faltó. Lloro porque me hará una falta inmensa y porque no tengo certeza de lo que pasará. Y lloro porque pienso que…Si tan sólo, la vida nos hubiera juntado antes. Si tan sólo, yo no tuviera que irme o si tan sólo ella pudiera venir conmigo. Si tan sólo, el Pacífico y el Atlántico fueran uno solo…si tan sólo.
Una de tantas historias historias incompletas de comida. Historia 5/12.
Autora: Milena Espoz.
6 Comments
Hermosa y tierna historia incompleta de amor. Felicitaciones a su autora.
Muchas gracias!
Gracias Miguel por su mensaje.
Excelente historia ! La autora tiene mucho talento
Gracias Diana por tu mensaje. Milena sin duda tiene un gran talento
Gracias Diana por tu apoyo!