Hoy tuve un muy buen día en mi oficina, pero ya son las 18:30 de la tarde y es momento de emprender el camino a casa. Mi oficina principal está en Ambato, pero vivo en Quito, capital del Ecuador. La distancia entre estas dos ciudades, es de 127 km, si tomamos con referencia la distancia exacta entre mi casa y la fábrica. Este recorrido lo hago prácticamente todos los días. Cada trayecto me toma entre una hora y media, y dos horas con quince minutos. Así, me paso básicamente entre tres y cuatro horas al día sentado en un vehículo. A menudo, la gente me interroga sobre mi ritmo de trabajo, ya que entre el tiempo que paso en la oficina y los viajes, suman no menos de 15 horas completamente ocupadas. Pero, aunque suene extraño, no me incomoda, pues me gusta mi trabajo y amo manejar.
Retomando mi relato… es la hora de salir a casa, tengo dos horas por delante y espero llegar a las 20:30 para ver a mi esposa, darle un beso en la frente, un abrazo y sentarnos a cenar. Amo esta rutina en la noche, es como si el mundo se detuviese… la sonrisa de mi esposa, su hermoso cabello rojo, su risa sin maldad y su enorme preocupación porque esté bien, hacen de mi hogar, un lugar al que siempre quiero volver, sin importar la hora a la que termine de trabajar y pese a que tenga la opción que me ofrece la empresa de quedarme en un muy buen hotel para que evite viajar tanto. Como siempre, a esta hora ya está oscureciendo y hace frío, pero la carretera está tranquila y los paisajes de las provincias de Tungurahua y Cotopaxi al anochecer son algo que disfruto por la enorme calma que me dan.
Después de dos horas exactas llego a casa, abro la puerta y me encuentro con mi esposa y un gran amigo, que también es vecino. Su esposo está Miami, así que usualmente se pasa por nuestra casa a saludarnos y siempre que lo hace entablamos una entretenida conversación, pese a su carácter peculiar, entre tosco y bondadoso. Diría que es una persona que demuestra un cariño inmenso por las personas que siente que lo cuidan y lo respetan, pero resulta arisco cuando se siente incómodo o considera que no es tratado como debería. En casa lo llamamos cariñosamente “el Gordo”, él nos llama, “la colorada” a mi esposa, y a mi “el socio”.
Hola socio, ¿qué tal el viaje? ¿qué tal la vida por Ambato? ¿Ya vendiste todos los zapatos de la planta?
No gordo, todavía nos quedan muchos pares por vender, así que mañana tocará volver y seguir trabajando.
Oye socio, ¿no tienen ganas de salir a cenar hoy de noche?
Veo la cara de mi esposa con las mismas ganas de salir que tengo yo, nos cruzamos un par de miradas y le decimos en coro… ¡Nos vamos a cenar gordo! Anda a coger una chompa y te esperamos en el parqueo, nos vamos en un solo carro, en el nuestro.
Pese a conocernos ya hace más de un año, el gordo no conoce de mi severa alergia a los mariscos y pescados. Es por eso que debo explicarle lo que siempre repito a las personas que salen a comer conmigo la primera vez. A ver, no te asustes, pero tengo una alergia conocida como “4++++”, que su nombre permite de forma numérica explicar el nivel de sensibilidad que tiene una persona a ciertos alimentos y que el organismo ataca de forma agresiva para eliminarlos, pero generando un efecto adverso. Las reacciones alérgicas se miden de acuerdo al test de Prick, en una escala del 1 al 4, y cuando llegas al número 4, se agregan entre uno y cuatro signos “+” a la derecha. Así que una persona con una alergia como la mía, básicamente se ganó la lotería de la mala suerte. En ese momento la cara del gordo era una mezcla entre entretenimiento por un aprendizaje médico y el miedo de salir a comer con alguien que realmente podría morir.
Oye socio, y si comes mariscos o pescados, ¿qué tienes que hacer?
A ver, básicamente tengo que seguir mi protocolo de forma estricta y consiste en: Sacar mi inyección de epinefrina de la maleta, que siempre me acompaña a cualquier lugar a donde voy. Después, debo sacar mi bolsa de pastillas de emergencia, que contiene dos pastillas de DEGLALER PLUS, una de SINGULAIR y dos de AZAFLACORT. El protocolo arranca, debo tomarme las pastillas en el mismo orden que te lo he dicho. A medida que me tomo cada una, debo registrar mi pulso poniendo los dedos sobre mi cuello en un intervalo de 15 segundos, luego los multiplico por cuatro y verifico si este se incrementa de forma agresiva. Sé claramente que cuando el ritmo va a 110 pulsaciones estando sentado, es porque estoy teniendo un ataque de pánico; y un ataque de pánico es una muy mala noticia para alguien que tiene una reacción alérgica conocida como shock anafiláctico. A medida que avanzo, mi último recurso es la inyección de epinefrina, que es un dispositivo bastante simple que tiene la enorme ventaja de contar con un botón en la parte superior, que, si lo aplastas atraviesa la ropa, la piel e ingresa al torrente sanguíneo en pocos segundos. Sé que voy a perder el conocimiento por unos segundos, por eso siempre tiene que estar alguien cerca de mí. Una vez que está en la sangre, el pulso se dispara a un nivel supremamente alto, como si tuviese un infarto, para luego caer a un nivel de relajación profundo que desaparece después de cinco o seis minutos. A partir de ahí, debo poner mi reloj en cuenta regresiva en dos horas y si por alguna razón no tengo la inyección, tan solo en 15 minutos para llegar a un hospital.
¡Ah no! ¡Qué ofertón socio! por suerte le dan dos horas…déjame ver esa inyección de epinefrina que me dices.
Está atrás en la maleta.
Socio… dejó la maleta en la casa cuando me saludaste.
¡Mierda! Pues esa es mi única inyección de epinefrina, porque la otra está en el carro de mi esposa… Ni modo gordo, seguro que hoy no pasa nada.
Esa misma noche tuve que ingresar de emergencia a un hospital en la ciudad de Quito por un shock anafiláctico. Por desgracia, no pude programar mi reloj en cuenta regresiva en dos horas, sólo pude colocarlo en 15 minutos. Durante ese tiempo pude mantener relativamente la calma y decirle a mi esposa cuánto la quería, sin que ella tampoco tenga un ataque de estrés, pero consciente de que muy probablemente fuese nuestra última noche juntos.
Hoy puedo escribir esta historia gracias a un milagro que me amplió el tiempo de estadía en la tierra, pese a que un mesero consideró que mi explicación era una exageración que no requería ser tomada en cuenta y que mi tiempo ya había sido suficiente.
Una de tantas historias incompletas sobre comida. Historia 3/12.
Autor: Miguel Viniegra
5 Comments
Muy interesante historia, aleccionadora y excelentemente narrada. Felicitaciones a Miguel
Migue
Migue yo supe que esto te sucedió…alguna vez que nos contaste. Increíble! Ahora que lo leo es vivir contigo , tu esposa y tu amigo ese momento…. gracias a Dios puedes contar a todo el mundo y crear de alguna manera conciencia, muchos minimizan el tema y como el caso del mesero ni siquiera les importa ; de verdad que fuerte !
Me encantó la narración, felicidades Migue.. un gran abrazo :0)
Hola Miguel, que bueno que fuiste atendido a tiempo. Que terrible lo que comentas que ha hecho el mesero, pero bueno fue un susto con felicidad.
Gracias Esteban por tu mensaje. Nuestro escritor se encuentra bien y con ganas de seguir aportando con historias que generen valor