Cuando eres joven, piensas que puedes tener todo lo de deseas sin saber que estás arriesgando tu felicidad, tus sueños y tu futuro.
Tenía 20 años y estudiaba en la universidad. Era novia del chico más simpático y guapo (bueno para mí). Con mis amigas, todos los fines de semana íbamos a la playa. Nos reuníamos para hacer ejercicio, tomar el sol, arreglarnos para vernos siempre espectaculares.
Un día de esos, estábamos sentadas en la orilla, tomando unos deliciosos cocteles tropicales y platicando de nuestras aventuras del día. El escenario cambió en un instante. Un hombre caminó hacia nuestro grupo, se me acercó y mirándome fijamente se agachó para decirme, sin una pizca de duda en su voz, “nunca he visto una mujer más bonita en mi vida”. Se alejó y, así como vino, desapareció.
Mis amigas y yo nos quedamos sorprendidas e intrigadas. ¿Quién era este tipo?
Los días pasaron y cuando comenzaba a olvidarme de aquel encuentro, recibí el primero de varios detalles de aquel desconocido. Hasta el día de hoy, nunca supe cómo me encontró en una ciudad tan grande.
Martin, mi novio, empezó a sentirse inquieto por ver mis reacciones ante esos caros y finos regalos. Como era de esperarse.
Llegó el día en que este misterioso hombre me encontró nuevamente, se acercó y me invitó a salir. Yo, joven y deslumbrada ante tal trato, sin dudarlo, le dije que sí, ignorando que sería el inicio de mi arduo calvario.
Las citas continuaron con este extraño seductor y después de unas semanas terminé con mi novio. Esos días son recuerdos nublados, cegados por la obsesión de ese nuevo amor. Yo ya estaba decidida a tener una relación con aquel «caballero», una aventura de esas que toda mujer desearía tener. Carros, regalos de marca, cenas y flores, ¿quién despreciaría algo así? ¿Cierto?
Mi cuento de hadas prosigue rápidamente y este hombre tan amable y respetuoso me propuso matrimonio. En un abrir y cerrar de ojos ya nos habíamos casado. Me compró una casa maravillosa, en el mejor fraccionamiento de la ciudad. Sin embargo, aquí comenzaron los indicios de lo que vendría, pero qué ciego se vuelve uno frente a las ilusiones del enamoramiento. Me prohibía trabajar porque decía que, si él me daba todo lo que yo quería, no tenía necesidad alguna de exponerme.
Finalmente, el día más triste de mi vida llegó. Una noche, entrada la madrugada, el “caballero” llegó bastante alcoholizado, su cara deformada, como si fuese otra persona. Poseído por la rabia y la droga me despertó sacudiéndome y me preguntó qué es lo que había hecho durante el día. Con el corazón amarrado y encogido, con algo de miedo en el alma le respondí que lo usual, lo cotidiano, lo que hacía todos los días, estar en casa. Pero no me creyó.
Una ráfaga de golpes sentía un cuerpo que era mío, pero que se había desconectado de mi mente. Y aunque el dolor era palpable, mi conciencia no podía entender que era yo la que estaba ahí, recibiendo ese maltrato salvaje. Me golpeó hasta que se cansó, y yo también perdí mis fuerzas.
A la mañana siguiente, me desperté y pensé que todo eso había sido una pesadilla, que no lo había vivido. Pero los golpes y las marcas en mi piel me arrojaron un balde de agua fría, me gritaron que todo era real.
Me levanté, me miré al espejo y vi a otra persona. No a la mujer alegre, bonita y soñadora que estaba en la playa tomando el sol con sus amigas, lo que era yo antes de mi sueño con el hombre misterioso. Pasaron días, semanas, meses y hasta 4 años hasta que decidí dejarlo e irme a empezar de nuevo. Ya tenía 24 años y unas cuantas marcas de tristeza en mi rostro. Pero dentro de mí seguía viva esa llama de fuego para salir adelante, que, aunque se encontraba tenue y débil, seguía ahí, impulsando los motores de mis ganas de vivir. Aprendí que la felicidad no se halla en objetos materiales ni en regalos superficiales, si no en lo sencillo de la vida. Pero, sobre todo, aprendí a respetarme como mujer y a decidir que ningún hombre puede tener el control de mi vida, y mucho menos acabarla a golpes. Este fracaso amoroso quiso apagar mi llama interna, pero no lo pudo hacer. Ahora en su lugar hay una fogata ardiente que disfruta de la vida y del amor.
Una de tantas historias incompletas de fracaso. Historia 10/12
Autora: Leda Roth