Cual película de terror al estilo de Hollywood llegó el primer caso de coronavirus a Guatemala. Entre incredulidad por el futuro, o por un fin lo tenemos aquí, como algo exótico, se movieron las reacciones de los más informados sobre el virus aquel viernes 13 de marzo.
A los mayores sin duda les trajo mal augurio aquella fecha. Sabido era para los de cuatro décadas o más, así como replicado para los jóvenes en filmes terroríficos el riesgo de actuar en viernes 13.
A algunos tal vez les hizo eco mental el viejo adagio chapín, el que habrían preferido: martes 13, no te cases ni te embarques, por aquello de los amores fallidos, no alcanzados o cortados que trajo la estela de esta pandemia. Pero no, fue viernes y punto.
El caso fue anunciado en acto público por el presidente de la República, Alejandro Giammattei. Se trataba de un joven proveniente del norte de Italia, con traza contagiosa por Madrid, Colombia y El Salvador.
Un día después llegó el segundo caso positivo, un hombre de 80 que disfrutó tal vez su único y mortífero clásico entre Real Madrid y Barcelona. Fue el primer fallecido.
Para ese entonces aumentaban las escenas a través de los medios sobre la tragedia vivida por italianos y españoles, en particular por las redes sociales, las mismas que se habrían de convertir en protagonistas de esta novela negra, cuyo fin aún se vislumbra lejano.
Con el cierre del país, cuyas imágenes conocíamos desde China y naciones europeas a través de la televisión, Tuiter o Facebook trajo el qué vamos a hacer. De pronto todo se cerraba a partir de las 16 horas hasta las 5 horas del día siguiente.
La eterna práctica del chapín de “dominguear”, para salir a pasear a los parques del pueblo desde el tiempo más allá de la memoria, primero fue limitado de 5 de la mañana a 4 de la tarde. Al aumentar los casos, se ha vuelto normal el encierro total de domingo.
El encierro comenzó a cobrar víctimas entre las parejas incipientes, a las de convivencia casual, parejas de infieles o noviazgos o amigos con derechos que no alcanzaron a celebrar el 19 de julio.
De pronto la disposición del distanciamiento social se volvió tan cercana a todos. Si yo me cuido, también te cuido adquirió una nueva dimensión a partir del #QuédateEnCasa.
El amor también había sido alcanzado. El WhatsApp sirvió para acortar distancias con video llamadas, y éstas por cualquier otra de las tantas opciones que manejan al dedo los jóvenes.
Los días de las escapadas habían llegado a su fin acorralados por la pandemia, temida por miles de millones de personas en el mundo ante el riesgo de ser víctima de una enfermedad incierta e impredecible.
El amor ahora sigue la danza de las redes sociales, haciéndose público más de un desenlace dejando al descubierto que aquel “te amo” jurado en algún encuentro furtivo o repetido en cama de motel, jamás tendría las raíces que dieron vida a “El amor en los tiempos del cólera”.
Los “memes” en Twitter con una pareja besuqueándose y la frase “Así estuviéramos, pero te freseas”, acaso solo reflejaba el yo interno, lamiendo las heridas por un frustrado Romeo y Julieta.
También el coqueteo y flirteo de las aulas universitarias, los conectes y citas casuales resultado de noches de fiestas o farras; de viajes a la playa en plan “conquiste”; del cruce de miradas en los centros comerciales se ha pasado a las insinuaciones, al “me gusta”, o “like”, presionando el corazoncito de Tuiter en buscar de tener algún “ligue”, o quien sabe, el amor eterno cuando se venza a la enfermedad que hoy nos acosa.
Pero la pandemia también trae esperanza, fe en el futuro y el sueño compartido con juramentos de amor eterno a través del ciberespacio para cumplir al final del encierro, ya sea, luego de concretarse la inhumana inmunidad comunitaria, o porque después de salvar al poderoso primer mundo, algunas vacunas han llegado a estas tierras.
La nueva normalidad trae consigo el sueño por construir un hogar rescatando la memoria desde el encierro, de la lección de padres enemistados por estar tanto tiempo encerrados, algo que seguro no compartían desde la luna de miel, desoyendo los consejos de psicólogos de reaprender a quererse, a consentirse, a dejar junto a los zapatos en la entrada las malas vibras.
Mientras el cierre sigue casi a la mitad de jornada diaria, robándose la noche a nuevos amores que podrían surgir de los encuentros furtivos, enardecidos por el zumo del alcohol que corre por las venas entre hilos de nicotina, o humos de otras hierbas, muchos han logrado el reencuentro.
Posiblemente los más sabios han vuelto a sentar cabeza. Estar en casa les hizo recordar que ahí estaba la esposa, el esposo; la pareja, los hijos y todo aquel conjunto de elementos por los que un día dieron el “Sí”, y por lo que se han fajado trabajando a lomo partido.
La casa ha vuelto a tener sentido. Se han reencontrado con un balde de pintura, brochas, rodillos, martillos, clavos, serruchos, armando y desarmando. Nuevas plantas reverdecen los jardines y otras tantas flores saludan al sol con reflejos multicolores.
Se han dado cuenta que gracias a la pandemia tenían olvidado todo aquello por lo que un día soñaron, pero perdieron en calles agobiadas por el tráfico y la rutina del trabajo, absortos, ellos o ellas, en cuentas bancarias creciendo para un futuro, o con ajustes para aliviar los números rojos.
Hoy cumplen su distanciamiento social unidos contra el coronavirus.
La pandemia que arrastra decenas de vidas afuera de la puerta, en la vecindad, que se lleva amigos, conocidos, médicos, personal sanitario, también, irónicamente les ha servido a ellos para recordarse a sí mismos, y darle vida al amor.
Tal vez sea así y algún día se verán reflejados en una historia de Hollywood a través de una plataforma futurista, o, en un simple auto cinema, para seguir en el pasado, antes de la pandemia.
Una de tantas historias incompletas de Amor. Historia 11/12
Autor: Edin Hernández.