Desde pequeña, a pesar de haber estudiado en una escuela pública de mi ciudad, nada elitista, siempre sentí el rechazo de mis profesoras y mis compañeras por mi apellido, no solo por su procedencia indígena, sino, además, por ser el apellido de un padre ausente.
Un día vino a recogerme a la escuela… desde aquel momento se incrementaron las burlas de mis compañeras y las preguntas de mis profesoras. Y es que el hombre que había llegado a verme para nada se parecía a la niña que llevaba su apellido. Él tenía la tez oscura y yo soy blanca como leche, de ojos verdes y con cabello súper claro. Las profesoras me decían: “¿Segura que es tu papá?”, mientras que mis compañeras aseguraban con tono de burla: “!Él no es tu papá! ¡Él no es tu papá!”.
Lo que ellos no sabían es que en la casa él también decía: “Yo no soy tu papá, no puedes ser mi hija, no te me pareces en nada”. De esta forma de verme es de donde nace su rechazo hacia mí, desde que nací, por no parecerme a una figura indígena; y el rechazo de la “sociedad mestiza” en la que vivo viene de tener su apellido.
Con el pasar de los años decidí que eso no debía afectarme. Y eso que tuve que asimilar el haber sido la hija de una cana al aire de mi papá, que mi madre tuviera que luchar muchos años para que me diera su apellido, el haber sentido el rechazo de mi padre por tener que dármelo y sentir el menosprecio de la sociedad que me rodeaba por llevarlo.
Lo más triste es que, a pesar del paso de los años, y de no ser ya ninguna niña, sigo sintiendo que casi nada ha cambiado, solo los nuevos actores que me rechazan: ¡Mi familia política!
Una de tantas historias incompletas sobre Mujeres. Historia 3/12
Autora: Guadalupe Quispe