Las dos caras de la moneda

Un día, no hace mucho tiempo atrás, mientras estaba en la oficina, tenía un rato libre y me puse a intercambiar mensajes con Karen, una vieja amiga que ahora vive en el extranjero.

Karen: “Jenny, ¿cómo te ha ido este tiempo? Digo, con la situación actual en Venezuela”.

Yo: “La verdad amiga, no me quejo, sigo en el mismo empleo, mi esposo y yo ganamos lo suficiente, y en dólares. La verdad es que nos va muy bien”.

Karen: “Me alegra saber que todo marcha bien. Mi familia sigue allá, sufriendo los cortes eléctricos, la falta de agua y transporte… tú sabes, como todos”.

Yo: “Gracias a Dios, en nuestra casa no se va la electricidad, nos llega agua todo el tiempo y nuestro carro sigue en buenas condiciones”.

Nuestra conversación terminó, nos despedimos y seguí trabajando. Al final de la jornada, Manuel estaba ahí, esperándome delante de mi trabajo, como todos los días. Aunque ese día fue diferente. Le noté cabizbajo y le pregunté qué tal le había ido el día. “No muy bien. Me despidieron”, contestó con cara de decepción y los ojos humedecidos.

Por un momento entré en pánico. Sin embargo, me calmé y le di ánimo: “Tranquilo mi amor, conseguirás un nuevo trabajo. Además, tenemos ahorros mientras tanto”. Esa noche dormí tranquila.

Pasados tres meses, Manuel siguió desempleado. Era el último viernes de diciembre y me dieron la peor de las noticias, también me quedé sin trabajo. Estaba un poco más preocupada, aunque todavía teníamos ese colchón. Pero no nos rendimos, de hecho, le dimos vuelta a la situación y emprendimos por nuestra cuenta. Vendíamos y comprábamos dólares en el mercado negro. Además, iniciamos una compraventa de pescado a familiares y amigos cercanos. Sin embargo,  los ingresos comenzaron a ser más bajos que los gastos. La gasolina escaseaba y permanecíamos horas en colas interminables intentando conseguirla.

Cuando pensaba que la situación podía mejorar, ocurre algo inesperado en el mundo. Un virus de propagación rápida ataca a las súper-potencias: China y EE. UU. Luego le seguirían el resto de países, incluida Venezuela. Obligados a permanecer en cuarentena, se iban acabando nuestros ahorros.

Pasado un mes, el dinero se había agotado. Nuestros clientes empezaron a sufrir por la crisis y nuestro emprendimiento se diluyó. La escasez de gasolina era real… ¡no había gasolina en un país productor y fundador de la Organización de Países Exportadores de Petróleo!

“Amor, tenemos que buscar una solución a esto, no podemos continuar así”, le dije con lágrimas en los ojos. Él me contestó despreocupado mientras me abrazaba: “Ten paciencia, esto será temporal, no creo que pueda empeorar. En lo que menos pensemos, estamos de vuelta a la normalidad”.

¡Que ingenuos creer que todo podía mejorar!

Ya mi hogar no era ese centro de paz que solía ser, teníamos 21 días sin agua, sobreviviendo con la que recolectábamos. Y para empeorar la cosa, los cortes de luz se hicieron sentir durante varios días, unas 8 horas de promedio cada jornada. La crisis me estaba afectando… toqué fondo. Me di cuenta de que, así como yo, había quien estaba en situaciones parecidas o hasta mucho peores. ¡He vivido en una burbuja todo este tiempo!, pensé.

En esos días de desesperación, volvimos a buscar empleo en lo que fuera. Mi esposo, lleno de orgullo, no estaba de acuerdo con pedir ayuda, no podíamos ser una carga para nadie, a pesar de haber llegado a un punto al que jamás creí que llegaríamos. Comíamos solo una vez al día pan con queso, porque era para lo único que nos alcanzaba con los 10 dólares que nos quedaban. Yo revisaba el teléfono constantemente a la espera de una llamada, un timbre que trajera alguna noticia alentadora. Sin embargo, el teléfono seguía mudo.

Los días parecían semanas y los minutos horas. No podía dormir pensando qué hacer, sin trabajo y sin pedir ayuda. Manuel no quería salir de la casa, hasta que un día me levanté, cansada, envuelta en llanto por la tristeza y le dije: “Si tu no quieres irte, yo sí, no me quedaré aquí a ver cómo nos morimos de hambre”. Con la poca gasolina que tenía salí y fui a la casa de mis padres. No sé por cuántas horas o días dormí, pero cuando desperté, volví a sentirme fuerte y llena de ilusión. Le quería decir a mi esposo que esta tormenta solo nos haría más fuertes, pero un ruido me cortó el habla. Era el timbre de mi teléfono….

Una de tantas historias incompletas sobre Mujeres. Historia 10/12

Autora: Yerali Villamizar

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One Comment

  1. Miguel Mendez

    Es una lastima que le castiguen o sancionen a todo un país con el bloqueo económico solo por culpa de los malos políticos. Y para colmo de males la pandemia. Ojalá vengan pronto días mejores para este país hermano y para su maravillosa gente. Felicitaciones a la autora por la magnífica narración.

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