—¿Qué tal amiguito?, ¿cómo estás?
—Bien.
—¿Y cómo te llamas?
—Dylan.
—Mucho gusto Dylan ¿Puedes decirnos dónde vives?
—En la Bota.
—Ah muy bien ¿Y sabes por qué estamos aquí?
—No. Solo me dijeron que venían unos señores a ayudarme a hacerme famoso.
Esa fue la primera vez que hablamos con Dylan. Y es que mi hermano y yo habíamos creado un proyecto dedicaDO a ayudar a niños que viven en situación de precariedad ayudándoles a desarrollar habilidades extracurriculares que no aprendían ni en la escuela ni en su casa; en este caso: Música.
Habíamos REvisado muchos perfiles y Dylan cumplía con todos los requisitos que buscábamos. Así que, una vez que tomamos nuestra decisión, hablamos con su madre (Dylan no tenía padre, como todos los niños de este centro, todos provenían de casas monoparentales e incluso a veces sin ninguno de los dos padres) y le comunicamos que Dylan había sido elegido: ¡Sería el primer alumno becado del Musican Project!
MI primer viaje con él me abriría los ojos para siempre.
Nuestra escuela era pequeña, así que yo mismo iba hasta La Bota a recogerlo para ir al proyecto y luego de vuelta a su casa. Una vez en el carro no hablaba mucho. Estaba serio y sólo miraba por la ventana cómo salíamos de su barrio. Habíamos llegado a un redondel, cuando me dice:
—Es a la derecha, ¿por qué se va para allá?
—¿Por qué piensas que vamos a la derecha?
—No sé. Siempre voy para allá. NUNCA he ido a la izquierda.
Resulta que él nunca salía de su barrio y cuando lo hacía era en un bus que giraba a la derecha justamente en ese redondel camino al pueblo donde iba a visitar a su familia de vez en cuando.
—Nos vamos hacia el centro norte de Quito—le dije.
—Nunca he estado ahí.
—¿Sabes qué hay ahí?
—Mi hermana trabaja por ahí para unos gringos. Me dijo que hay un parque grandote y unas casas altotas.
Seguimos un tramo hasta que noté algo muy particular. Su mirada había cambiado. Veía todo con más atención. Tenía una media sonrisa dibujada en la cara. Estaba viendo cosas nuevas. Parecía sorprendido por la cantidad de carros. Sacó la cabeza por la ventana para ver los edificios altos de la avenida Eloy Alfaro. Podía casi escuchar como su cerebro estaba procesando tantas cosas al mismo tiempo.
FAltaban como 5 minutos para llegar, cuando Dylan pega un grito:
—¡Vea Diegoooo!— Me pone la mano en la cara y me gira la cabeza a la izquierda bruscamente.
Mi primera reacción fue regañarle porque casi nos chocamos, pero cuando me di cuenta de lo que veía, lo entendí. Había visto el Estadio Olímpico Atahualpa, el lugar donde juega la selección de fútbol de Ecuador. Un lugar que él solo había visto en la tele. Muchos no lo entenderán, pero para la gran mayoría de estos niños (adultos también) el fútbol es una de las pocas alegrías que tienen en su día a día, así que cuando reconoció el lugar, no pudo contener su emoción.
En este punto estaba tan contento que empezó a hablarme de todos y de todo. Sus amigos y sus enemigos en el cole y en la fundación donde pasaba las tardes mientras regresaba su madre de trabajar, su piano de plástico a pilas de 15 teclas que le había regalado la jefa de su hermana y hasta de cosas como qué quería ser cuando sea grande.
—Quiero ser pianista.
La escuela estaba en un co-working space, así que había gente de otras empresas ahí y todos sabían que Dylan iba a su primera clase ese día. Le saludaron, le felicitaron, le preguntaron cosas. SOLo faltó que le pidiesen un autógrafo. Cuando llegamos al cuarto de los instrumentos dijo:
—¡¿Por qué todos saben quién soy?!
—¿No querías ser famoso? —le respondí.
Les decía que mi primer viaje con él me abrió los ojos, y así fue. Todo el tiempo que mi hermano y yo analizamos y planificamos el cómo, el dónde, el cuándo y el porqué de la escuela, jamás podía habernos dado LA masterclass para crear el proyecto como lo hizo ese primer viaje con Dylan. Nos dimos cuenta que las verdaderas “clases” no serían las clases de piano que iba a recibir cada semana. La verdadera oportunidad que le brindaríamos sería la de vivir estas nuevas experiencias, conocer nuevos lugares, nuevas personas, las conversaciones abiertas y honestas en el carro, los nuevos sentimientos que estaba teniendo. Las clases de piano se convertirían en un plus. Los conocimientos que sacaría de todo esto eran infinitamente mayores que de cualquier clase de piano que yo podría darle. SI tan solo Dylan supiera que gracias a él el proyecto será aún mejor.
—¡DO! Ves Dylan, primera clase y ya te sabes todas las notas…
Una de tantas historias sobre Pobreza. Historia 12/12
Dedicado a nuestro querido Dylan, quien todavía no se acostumbra a ir hacia la izquierda.
Autor: Diego Méndez
https://www.instagram.com/p/Bf9x0Xrl1PF/?igshid=oaengpu4vlki (vean una clase de Dylan)
Glosario
ñaño: expresión ecuatoriana que significa hermano
redondel: glorieta, rotonda
coworking space: lugar en donde se reúnen empresas de distintas disciplinas y trabajan utilizando espacios comunes.
Foto: Dylan estudiando sus notas mientras espera a sus compañeros que también están en clase.
6 Comments
Que el piano sea la puerta de un futuro mejor para los miles de Dylan qué hay en Latinoamérica
NOS ENCANTÓ TU COMENTARIO!!! Que se abran miles de puertas!
Felicitaciones Diego. Muy buen relato sobre una excelente obra. Sigan adelante. Todas las historias contadas por ustedes jóvenes están muy bien realizadas y con temas del diario vivir en nuestro querido Ecuador tan venido a menos especialmente por el accionar corrupto de los políticos en general.
Gracias Miguel por su comentario. Una hermosa historia en un contexto complicado. Seguiremos adelante para conseguir más historias que incentiven la lectura y narrar más vidas como las de Dylan.
Maravilloso! poder rescatar una mente brillante desde donde sea que se encuentre.
Gracias por tu mensaje Ismael.