Decir de donde vinimos puede resultar fácil porque recordamos las facetas de nuestras vidas, pero saber a dónde vamos es incierto. Podemos tener planes, sueños y metas, pero no sabemos con exactitud lo que realmente pueda pasar. La vida es muy frágil, por momentos podemos tener mucho y en otros momentos pasamos a no tener nada.
Pensar que crecí en un pueblo remoto de mi adorado país llamado San Juan de Mollepata*, donde las únicas casas son las de mi familia. Mi padre era un abnegado agricultor y ganadero. Mi madre, esposa y compañera de muchas batallas, todas libradas al lado de mi padre. Nuestra familia era de ocho hermanos, seis varones y dos mujeres. Una familia bastante numerosa para dos padres que casi no tenían nada. Común tal vez para aquellos tiempos, pero a pesar de las vicisitudes de la vida, muchas familias salieron adelante con sus hijos, a pesar de que les faltaran muchas cosas. Ahora las familias son menos numerosas y tal vez tengan más recursos que las de antes, pero los valores espirituales ya no son los mismos, se van perdiendo a medida que pasa el tiempo.
Recuerdo vagamente mi niñez. Crecí en las montañas de mi país, rodeado de mis padres y hermanos. Los días eran muy duros, pero igual éramos felices porque ignorábamos el mundo exterior. Nuestros juguetes eran palos, piedras y otras cosas que la naturaleza nos daba. Los días empezaban muy temprano, dependiendo la estación del año. Si era verano, el día podía empezar a las 5 de la mañana y terminaba muy por la noche. Todos teníamos una responsabilidad en nuestra familia.
Recuerdo también que el invierno era muy cruel porque el frío te penetraba hasta los huesos. Tenía que levantarme temprano para hacer las tareas y la ropa que tenía no me abrigaba mucho. Usaba unas sandalias que eran de caucho y que no me cubrían nada. Caminaba casi durante todo el día en las montañas y a consecuencia de esto, terminaba con las plantas y los talones de los pies, totalmente desechos, secos y cuarteados por haber sido expuestos al frío, al agua y al polvo. En muchas ocasiones esto se tornaba muy doloroso.
Cuando tuve edad para ir a la escuela, mis padres me enviaron a la ciudad a estudiar. Aquí podía pasar días y hasta meses sin ver a mis padres. A veces pasaba hambre porque no tenía nada que comer. La voluntad de mi padre siempre fue que sus hijos tuvieran educación. En la secundaria, el tiempo de la adolescencia me enseñó dos etapas diferentes, una alegre y otra muy triste. Fue durante este tiempo, cuando tenía 16 años, que la vida me dio uno de los golpes más duros, del cual aún no me puedo recuperar. Mi padre falleció. Fue inesperado porque solo tenía 52 años. Desde ese entonces, mi vida ha sido una lucha constante de superación, basado en las enseñanzas que mi padre me dejó.
Años después me mudé a la capital de mi país para continuar con uno de los propósitos de mi vida. Tenía un gran anhelo por ser militar, y lo logré. Primero como miembro del servicio activo de la Fuerza Área y luego pasé a ser parte de la Policía Nacional, donde serví por 12 años. Posteriormente me mudé a Estados Unidos dejando atrás las cosas que más amaba, mi familia y mi carrera; sin embargo, sabía que venir a este país sería una bendición. Empezar de cero fue complicado, pero la vida ya me había preparado para esto. Luego de muchas caídas, llegué a alcanzar varios de mis objetivos. Uno de los más importantes para mí, es el tener una familia y un hijo por el cual entrego la misma abnegación que me enseñó mi padre, para darle un mejor futuro. Espero que Dios y la vida me pueda conceder el tiempo necesario para verlo crecer como una persona de bien.
Escribo esta historia no para tener la compasión de nadie, sino para recordar de donde vine. Para contar que debemos respetar a nuestro prójimo, porque nunca sabemos a quién tenemos enfrente o a quien le damos la espalda. Los bienes materiales no nos hacen mejores, sino que mejoramos al compartir lo poco que tenemos con los demás. Muchos nos recordaran por lo que fuimos y por lo que hicimos por los demás, no por lo que tenemos. Por eso repito lo que decía mi padre: “sabemos de dónde venimos, pero no sabemos con exactitud a dónde vamos”.
Una de tantas historias incompletas de Pobreza. Historia 11/12
Autor: Carlos Vargas
- La foto de esta historia corresponde a Carlos Vargas y sus sobrinos en San Juan de Mollepata.
- El Distrito peruano de Mollepata es uno de los 9 distritos de la Provincia de Castro Virreyna, ubicada en el Departamento de Huancavelica, distrito Santiago de Chocorvos, anexo San Juan de Mollepata, bajo la administración el Gobierno Regional del Cuzco. Fuente: Wikipedia.