Fue solo un segundo. Un momento breve, intenso. Sus ojos y los míos frente a frente, mirándonos con ternura, yo descubriendo su cansancio, su miedo, sus ganas de llorar, y él constatando la fragilidad de mis casi 90 años y mis ganas de vivir. Primero le tomé de las manos, nunca fui melindrosa, la vida no me dio esa opción, tiré de él despacio pero firme, él cedió dubitativo, le solté una nano, le cogí del cuello junté mi frente con la suya y le besé. Le di un beso a través de la careta esa de plástico que llevaba y rompí a llorar, y el lloró conmigo.
Fueron doce días en la antesala de la muerte. Nunca me había sentido vieja. Nunca. Siempre miré hacia adelante. Sobreviví a una guerra, y al hambre que vino después. No me metí en política, me dio igual, tenía cuatro bocas que alimentar. Viuda desde joven. Le quise, me quiso, le guardo en mi corazón. Los tiempos me pasaron por encima y también me dio igual. Mis nietos me dan la vida. Me la prestan. Pero ahora no puedo verlos. He estado sola, muy sola. Yo, vieja, muy vieja, muy débil. Muy triste.
Los que vivimos a fuerza de querer seguir estando vivos, los de mi generación, no queremos ser viejos. No queremos que nos traten como viejos. No somos viejos hasta que lo somos. Hasta que un bicho decide que lo somos. Y en medio de mi dolor, de darme cuenta que ya no estoy, pensando en que ya no debo estar, sentí su fuerza, su aliento, su preocupación, su infatigable entrega. Mi doctor Pedro.
Le veía corriendo, de arriba abajo como un loco. Pero al llegar al pie de la cama se paraba el tiempo. Lo paraba él. Sentía que me cuidaba, que no me iba a dejar ir, que iba a estar conmigo en mi lucha, que me regalaría un nuevo abrazo con mis nietos. Y lo logró. Todos estos ángeles de escafandras de plástico lo consiguieron.
Hoy me marcho de aquí. Una vieja como yo ha vuelto a vencer a la muerte. Y le he dado a Pedro de despedida todo lo que podía darle, mi amor sincero, mi reconocimiento, un trocito de mi alma, el llanto de a quién no le vale un simple gracias.
Fue sólo un segundo. Un momento breve, intenso. Fuimos María y Pedro diciéndonos gracias. A él le queda una pandemia por delante y a mí… quién sabe. Doctor Pedro, le llevo en mi corazón.
Una de tantas historias incompletas de una Pandemia. Historia 8/12
Autor: Félix Espoz.
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8 Comments
Muy buen relato Félix , me llego al corazón.
Gracias por tu mensaje Boris!!!
Impresionante! Solo puedo decir gracias!!! Que bonito leer sentimientos entre líneas. Un abrazo!
Gracias Carmen, tu mensaje lo hace más bonito todo!
¡¡Me ha encantado!!
A nosotros nos encanta verte sonreír!!!
Emotivo relato. Si lo reflejas en tus padres, rezas cada noche, para que no suceda así y se mantengan sanos y salvos y llegue el momento de volver a abrazar a sus nietos. Me conmovió.
Gracias Mayra. Tus mensaje nos animan a cumplir con nuestro reto de las 12 historias… o serán más?